martes, 13 de noviembre de 2018

LAS PESADILLAS DE GILBERTO

LAS PESADILLAS DE GILBERTO
I

CELEDONIO. Buenas noches, queridos oyentes. De nuevo estoy aquí para turbar vuestro sueño con uno de mis espeluznantes relatos. ¿Habéis hecho alguna vez algo de lo que os tuvisteis que arrepentir el resto de vuestra vida? Espero que no. Escuchad y sabréis lo que atormentó durante años a Gilberto Salazar.

(Música. Se oye el chirriar del colchón y la respiración y los ronquidos de Gilberto y de Rosaura. Gilberto habla mientras sueña.)

NARRADOR. La noche estaba avanzada. Gilberto Salazar y su esposa Rosaura Arcos dormían. Pero algo inquietaba los sueños de aquel hombre, algo que no lo dejaba vivir en paz...

GILBERTO. ¡Nooo! ¡Déjame en paz! ... ¡yo no tengo la culpa! ...
ROSAURA. ( Con voz de sueño) ¡Gilberto! ¡Otra vez! ... has vuelto a tener pesadillas.
GILBERTO. La tumba... ¡la tumba! ¡Nooo!
ROSAURA. Despierta, Gilberto, no ocurre nada.
GILBERTO. Esa mano, ah, nooo, aparta esa mano.
ROSAURA. Gilberto, es mi mano; no pasa nada.
GILBERTO. Rosaura... ¿eres tú?
ROSAURA. Sí, mi amor. Estoy aquí, contigo. Tranquilízate. Ya pasó todo.
GILBERTO. He vuelto a tener esa pesadilla, ha sido horrible, Rosaura. Era de nuevo ese hombre y me obligaba a acompañarlo a un lugar muy oscuro. Después íbamos a u agujero, y luego... aquella mano...
ROSAURA. No debes tener miedo, era yo. Era mi mano que intentaba despertarte.
GILBERTO. Tú no lo comprendes, Rosaura, no puedes entenderlo.
ROSAURA. Pero si puedo comprender que llevas más de siete meses con esas pesadillas de cementerios, tumbas o muertos que aparecen. Debes visitar a un psicólogo.
GILBERTO. (Enfadado) Yo no estoy loco, Rosaura. Estoy simplemente pasando por un mal momento.
ROSAURA. Siempre me das la misma respuesta. Y siempre te tengo que repetir lo mismo. Los psicólogos no tratan sólo a los locos, sino a cualquier persona que está enferma de la mente. Y no debes tener la menor duda de que tú estás enfermo. Mañana mismo iremos a ver a ese tal doctor Gutiérrez que me ha recomendado mi amiga Maribel.
GILBERTO. Pero... ¿Has hablado con Maribel de mis pesadillas?
ROSAURA. De “nuestras” pesadillas. (Recalcando ese “nuestras”) porque son más de siete meses los que llevamos casi sin dormir.
GILEBERTO. Está bien, no es justo que por mi culpa tú no duermas. Iremos a ver a ese doctor Gutiérrez.
ROSAURA. Pues, buenas noches. Hasta mañana.(Se oye el clic de haber apagado la luz)





II


NARRADOR. Gilberto pasó aquella noche como pudo, pero había decidido hacer caso a su mujer. Visitaría a ese doctor Gutiérrez. Sin embargo, había algo que intentaba ocultar, algo que tendría que evitar que saliera a la luz.
            Eran las ocho y media y estaban desayunando Rosaura con su pequeña Inés. (Sonido de cucharillas, untando la mantequilla en el pan, sorbiendo la leche, etc.)

INÉS. Anoche oí a papá gritando otra vez.
ROSAURA. Tu padre está pasando un mal momento, es una enfermedad.
INÉS. Está loco ¿verdad?
ROSAURA. (Muy enfadada) Eso no vuelvas a decirlo nunca más.
INÉS. Mis compañeros dicen que papá está loco. Se lo han oído decir a sus padres. Dicen que se asusta de todo.
ROSAURA. Tu padre está enfermo, pero vamos a ver a u médico muy bueno y se pondrá bien. Ya verás como cuando se cure será un papá maravilloso.
INÉS. Perdóname, mamá. (Casi llorando) Pero es que Lucía se ríe de mí, se mete conmigo y le dice a todas las niñas que yo estoy loca porque soy la hija de un loco. Yo me enfado y todas me dicen: “apártate, loca.”
ROSAURA. Lo siento mucho. Yo hablaré con la maestra y no te volverán a decir nada. Ahora debes ser cariñosa con papá que está a punto de llegar.
INÉS. Sí, mamá.
ROSAURA. (En voz baja) Ahí llega.
GILBERTO. Buenos días.
INÉS. Hola, papá.(Le da un beso) Te quiero, papá.
GILBERTO. Hola hija, hola Rosaura. Estoy decidido. Iremos a ver a ese doctor Gutiérrez. (Hay un momento de silencio en el que se oye sólo el ruido de las cucharillas, mantequilla y tostadas, bocados al pan.)
NARRADOR. Era un día como tantos. Cuando él llegaba, madre e hija callaban. Tenían miedo porque no sabían cuando empezaría a gritar ni por que motivo.

INÉS. ¿Me vas a llevar esta tarde a pasear papaíto?
GILBERTO. ¡Maldita sea! (Gritando) Ya empezáis otra vez con vuestras frases cariñosas. Ya empezáis a tratarme como a un maldito loco.
ROSAURA. Gilberto, la niña sólo pretende ser amable contigo.
GILBERTO. Claro que sí. A ver si siendo amable dejo de ser un loco. ¿Eso es lo que dices a tu hija? ¿que su padre es un loco?
INÉS. Creo que tengo que irme. Se me va a hacer tarde. (Pasos, la puerta que se abre y se cierra, pausa).
ROSAURA. Gilberto, debes saber que Inés está sufriendo mucho, que he intentado tranquilizarla, debes saber...
GILBERTO. Está bien, lo siento, maldita sea. Iremos al psicólogo.
ROSAURA. Todos estamos sufriendo. 


III

NARRADOR. La sala de espera de la consulta del doctor Gutiérrez estaba presidida por un gran retrato de Sigmund Freud. Había una mesilla en el centro con algunas revistas. Una señorita que en su tiempo pudo haber sido hermosa, entraba y salía con su bata blanca. Esperaban algunas personas: un chico que leía una revista con poco entusiasmo, un anciano que de vez en cuando gritaba y una señora que hablaba mucho pero no se le entendía nada. (Se oye pasar las hojas de la revista, un grito del anciano y continuamente el murmullo de esa señora que habla y no se entiende: “odave me pueo la puca, poque mece ta endo peo” o algo parecido.)

GILBERTO. (En voz baja)¿Qué lugar es este?
ROSAURA. (También en voz baja) A un psicólogo viene gente muy distinta.
SEÑORA. Oda ve me pueo la puca.
GILBERTO. Esto es un manicomio. Están todos locos.
SEÑORA. Oda ve me pueo la puca poque mece ta endo peo.
ROSAURA. El chico de la revista no parece ser un loco. (Se oye abrir una puerta.)
ENFERMERA. Gilberto Salazar ¿es usted?.
GILBERTO. Sí soy yo.
ENFERMERA. Puede pasar. (Se oyen los pasos y la puerta que se cierra tras ellos.)

DOCTOR. Buenos días. Pasen, siéntense. ¿Quién es el enfermo?

GILBERTO. Tiene que saber que no estoy loco.
DOCTOR. Claro, hombre. Tranquilícese. Aquí viene mucha gente para solucionar sus problemas y la mayoría de ellos están perfectamente en sus cabales. No tiene que tener ningún complejo.
GILBERTO. A mí lo que me pasa es que suelo estar bastante nervioso y tengo continuas pesadillas.
ROSAURA. Habla dormido, grita, suda mucho, se pone pálido y cuando despierta tiene los ojos desencajados. (Rosaura habla despacio, se oye música de terror de fondo.) Me mira como si...

 DOCTOR. Como si fuera un condenado a muerte cuando lo van a ahorcar. ¿No es así?

ROSAURA. Es... espantoso.
GILBERTO. No recuerdo nada. Nunca me habías hablado de eso.
DOCTOR. Perdone, señora pero debe dejarnos solos.
ROSAURA. De acuerdo. Esperaré en la sala. (Se oye la puerta abrirse y cerrarse.)

NARRADOR. A partir de ese momento el doctor Gutiérrez empezaba a parecer otra persona. Lo miraba fijamente a los ojos, parecía no parpadear. Gilberto intentaba evitar aquella mirada penetrante y dirigía sus ojos a los objetos que había en la habitación.

DOCTOR. Túmbese en el diván, relájese y empiece a hablar de lo que se le ocurra.

NARRADOR. La lámpara que había en el techo estaba muy sucia. Mientras se tumbaba en el diván pensó que si estuviera más limpia habría más luz en la habitación. Pero ese no le parecía que fuese un tema apropiado para empezar a hablar.

GILBERTO. ¿Debo hablar de mis pesadillas?
DOCTOR. Si a usted le apetece, puede comenzar por ellas.
GILBERTO. No me apetece. Mejor hablamos de otro tema.

NARRADOR. Miró fijamente un desconchón del techo. Las paredes estaban casi vacías, sólo tenían varios diplomas que certificaban los estudios que el doctor había realizado. La mesa, en cambio, estaba llena de cosas: un teléfono antiguo de color negro y un gran crucifijo, papeles y un lapicero del que sobresalía un cortaplumas. Gilberto miraba a todas partes y guardaba silencio.

DOCTOR. Tal vez quiera usted hablar de aquello.
GILBERTO. ¿Aquello? No sé a qué se refiere usted.

NARRADOR. Gilberto empezó a temblar como el niño que siente que han descubierto su travesura.

DOCTOR. Aquello de lo que usted se arrepiente. Aquello que usted desearía no haber hecho jamás.
GILBERTO. ¡Maldita sea! Le estoy diciendo que no sé de qué me habla. (Cambiando de pronto su forma de hablar al modo como lo hace durante las pesadillas) Nooo... ¿eres tú?... otra vez... ¿por qué no me dejas en paz?
DOCTOR. ¿Quién soy yo? ¿por qué dices que te persigo?

NARRDOR. Era evidente que Gilberto Salazar creía estar viendo a otra persona. Quizás a ese sombrío personaje que aparecía en sus pesadillas.

GILBERTO. Tú sabes que yo no era culpable de nada. Tú sabes que ninguno sabíamos lo que hacíamos en aquella situación. (Empieza a llorar.) Debes perdonarme. Yo sé que fui muy cruel, pero me he arrepentido. Yo fui quien dejó aquel dinero en casa de tu mujer. Yo pagué la operación de tu hijo y por eso pudo salvarse. ¡Aparta de mí esa mano! ¡Apártala de mi vista!
DOCTOR. Está bien, ya te he perdonado. Pero ¿debo suponer que yo estoy muerto? ¿Por qué no quieres ver mi mano? 
GILBERTO. ¿Qué ocurre? ¿Qué hago aquí? ... ah es usted doctor. Creo que me he mareado... ¿Qué estábamos haciendo?
DOCTOR. Se ha portado usted muy bien. Si quiere que le ayude, tiene que permitirme que le haga una sesión de hipnosis.
GILBERTO. Si usted me hipnotiza  yo hablaré y diré cosas que a lo mejor yo no quiero decir.
DOCTOR. ¿Qué cosas no quiere usted decir?
GILBERTO. ¿Debo contarlo todo?

NARRADOR. El doctor miraba a Gilberto Salazar con una extraña sonrisa. Conseguía ponerlo nervioso. No supo la respuesta. Salieron de allí él y su mujer. La enfermera en la puerta los despidió con una sonrisa forzada.

ENFERMERA. Mañana les recibirá el doctor a la misma hora.

IV

 NARRADOR. Aquella era una noche muy fría. (Se oye música de terror, viento, grillos, de vez en cuando un perro ladrando a lo lejos, algún búho...) Gilberto Salazar caminaba solo entre los olivos. De su boca salía el aire caliente en forma de humo. La luna brillaba con todo su resplandor y las sombras de los olivos, moviéndose por el viento, parecían personas que se agitaban. Gilberto sabía que pronto llegaría él. A lo lejos vio una sombra que se iba acercando.

GILBERTO. Déjame en paz. ¿Por qué me persigues?

NARRADOR. Aquel hombre, cubierto de barro, era el que aparecía siempre en el mismo lugar. Sus ojos parecían estar vacíos porque nunca miraban a ninguna parte. Caminaba despacio y sin apenas movimiento de brazos.

ESPECTRO. (Con voz macabra, ronca, habla despacio) No vas a conseguir librarte de mí. He entrado en tu vida y no me podrás sacar de ella nunca.

NARRADOR. Cuando hablaba caía tierra de su boca. Gilberto Salazar se había quedado inmóvil. Pero aquel ser lo cogió de la mano y lo obligó a acompañarle.

GILBERTO. Nooo... por favor... déjame en paz... yo no tuve la culpa.
ESPECTRO. Nunca podrás olvidar esto. ¡Mírala!
GILBERTO. ¡Nooo! Otra vez la tumba maldita. No quiero volver a verla.
ESPECTRO. ¡Mírala bien! De ella va a salir algo.
GILBERTO. ¡La mano! No quiero verla de nuevo.
ESPECTRO. Mírala bien, porque nunca la podrás olvidar.

NARRADOR. De aquel lugar salía de pronto una mano de entre la tierra, llena de heridas; Gilberto Salazar no podía moverse ni cerrar los ojos. Tenía que mirarla agitarse cada vez más despacio y contemplar como terminaba cayendo al suelo muerta.

ESPECTRO. Esa es la mano de un hombre.

NARRADOR. De pronto sentía el tacto de una mano sobre su pecho.

GILBERTO. Apártala de mí. Aparta esa mano de mí.

NARRADOR. Gilberto abrió los ojos y vio la mano sobre su pecho. Su cara estaba pálida. Por toda su cabeza corría un río de sudor frío, sus ojos estaban desencajados. Parecía un condenado a muerte. Rosaura estaba frente a él.

ROSAURA. Gilberto, soy yo. Es mi mano.
GILBERTO. ¿Has visto? Todavía siguen mis pesadillas. Ese médico no podrá curarme. Tal vez no estoy loco pero sin duda que voy a terminar volviéndome loco.
ROSAURA. Debes confiar en el doctor Gutiérrez, él ha ayudado a mucha gente a resolver sus problemas.
GILBERTO. Tenéis razón. Todos la tenéis. Soy un loco. No he querido reconocerlo nunca pero esa es la verdad.

V

NARRADOR. Cuando Gilberto Salazar volvió a la consulta del doctor Gutiérrez estaba decidido a contarlo todo. Se iba a dejar hipnotizar para que se esclareciera toda la verdad. El doctor seguía con su actitud misteriosa que le hacía sentirse inseguro. Esta vez dejó que Rosaura se quedara con ellos.

DOCTOR. ¿Está usted dispuesto?
GILBERTO. Sí, señor. Rosaura, tal vez me odies después de esto... pero... yo te quiero. Tú has cambiado mi vida. Has hecho de mí otro hombre.
DOCTOR. Mire como brilla mi reloj. Obsérvelo, no le quite la vista de encima.

NARRADOR. El doctor sacó su reloj de bolsillo. Si no era de oro estaba muy bien conseguida la imitación. Brillaba con fuerza porque la luz de un flexo le daba directamente. A medida que Gilberto lo miraba girar y girar se iba hundiendo en el estado hipnótico.

DOCTOR. Sus ojos están cansados, no puede detenerlos, se le van cerrando poco a poco. (Música de terror suave). Gilberto ¿me oye usted?
GILBERTO. Sí, le oigo.
DOCTOR. ¿Está dispuesto a retroceder en su pasado?
GILBERTO. Tengo miedo, tengo mucho miedo.
DOCTOR. ¿Por qué tiene miedo? ¿Qué le asusta?
GILBERTO. Me asusta usted, me asusta mi pasado.
DOCTOR. ¿Por qué le asusta su pasado?
GILBERTO. Yo he hecho algo terrible...  nadie me lo perdonaría.
DOCTOR. Haga un esfuerzo. Recuerde que debe reconciliarse con su pasado. Todos le perdonaremos y usted dejará de tener pesadillas y hará una vida normal.
GILBERTO. Está bien pero debe ayudarme.
DOCTOR. Retroceda en su vida, tiene que recordar aquello terrible que hizo usted... dígame ¿qué está ocurriendo?
GILBERTO. Soy un capitán de infantería y me encuentro en pleno campo de batalla. A lo lejos veo venir a un teniente acompañado de un hombre. (Se oyen disparos, órdenes, como en un campo de guerra. Se oyen los pasos del teniente y el espectro que en este caso es un hombre normal).
TENIENTE. A sus órdenes mi capitán. Le traigo a este prisionero que ha sido acusado de alta traición.
PRISIONERO (ESPECTRO). Lo que van a hacer conmigo es injusto. Yo no soy un traidor... sólo soy un hombre con sentimientos.
TENIENTE. Se le dio el encargo de vigilar a los prisioneros del ejército enemigo y los ha liberado sin tener órdenes de hacerlo.
GILBERTO. ¿Ha hecho usted eso? ¿Ha favorecido usted al enemigo?
PRISIONERO. Esos hombres no son enemigos de nadie. Son unos pobres desgraciados como nosotros que se ven obligados a luchar por algo que no conocen, a defender los intereses oscuros de otras personas.
GILBERTO. He oído decir cosas parecidas a muchos cobardes. Menudo futuro tiene nuestra patria con gente como usted. Llévalo al calabozo hasta nuevas órdenes.
TENIENTE. Mi capitán, este hombre ha sido ya juzgado, se ha encontrado culpable de alta traición y ha sido dictada su sentencia de muerte. Traigo órdenes de cumplir dicha sentencia, ejecutarlo y enterrar el cadáver.
GILBERTO. Estás de suerte, perro traidor. Ya tenemos una fosa cavada así que te librarás de tener que cavar tu propia tumba. Debes felicitarte, amigo, hoy es tu día. (Cambia el tono de voz y sigue narrando los hechos). El teniente y yo conducimos al prisionero hasta la tumba, una zanja cavada en la tierra, destinada a enterrar a los muertos. Todavía no había sido estrenada. (De nuevo habla como capitán). Apúntele bien en la nuca y caerá en la fosa el solo.
PRISIONERO. No tenéis porque hacer esto. Tengo mujer y un hijo; pensé lo mismo de aquellos hombres por eso los dejé marcharse. Perdonadme la vida y sentiréis la paz en vuestra alma. Sin duda que Dios os premiará.
GILBERTO. Nosotros no somos cobardes ni traidores. Teniente prepárese... espere... este cerdo no sólo es un traidor sino que además quería hacernos cómplices suyos.
TENIENTE. Sí, mi capitán.
GILBERTO. Deje el arma. ¿Para qué malgastar una bala?
TENIENTE. ¿Lo vamos a dejar marchar?
GILBERTO. No, teniente, lo arrojaremos a la fosa y lo enterraremos, ya morirá sin nuestra ayuda.
TENIENTE. ¿Pretende usted enterrarlo vivo?
GILBERTO. Este perro traidor se merecería algo mucho peor. Tiene suerte de que no tengamos más tiempo.
TENIENTE. Pero eso... es muy cruel, mi capitán.
GILBERTO. ( De nuevo en el otro tono de voz). Yo no escuché al teniente, no escuché los gritos de aquel hombre suplicando piedad. Le di una enorme patada y lo arrojé a la tumba. (Se oye la patada y el golpe del prisionero al caer, también se oyen sus gritos pidiendo clemencia. Igualmente se escuchan las paladas de tierra). Después me puse como un loco a echar tierra sobre la tumba, desoí los gritos... los ojos se me iban a salir de su sitio. Comencé a babear, el teniente se asustó al verme, trató de detenerme pero le di con la pala y lo dejé casi sin conocimiento. (Ruido de golpe de pala y de caída del teniente.)
PRISIONERO. Se arrepentirá de esto. Nunca... aggg... olvidará lo que está haciendo.
GILBERTO. Cuando hablaba iba escupiendo la tierra que yo le hacía tragar. No paraba de moverse en el fondo de la tumba y consiguió desatarse las manos. Pero todo fue inútil para él. Yo seguía echando paladas de tierra y logré cubrirlo por completo, él solo consiguió sacar una mano para pedir clemencia. Entonces lo terminé de enterrar dejando aquella mano sobresalir de la tierra... (Cambia al tono de voz del Capitán). Despierte teniente, mire esa mano, veamos cuanto tiempo aguanta con vida.
TENIENTE. Esto es algo monstruoso. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiese hacer algo parecido.
GILBERTO. (De nuevo en tono normal) Contemplé como aquella mano dejaba de moverse y caía muerta sobre la tierra... desde entonces se ha cumplido su maldición... esa mano, ese recuerdo me persigue por todas partes. (La música habrá ido subiendo de tono a medida que se va relatando el enterramiento, y habrá vuelto a ser más suave al describirse la muerte de la mano.)
GILBERTO. Por eso decidí guardar aquel siniestro recuerdo como un secreto. Pero nunca lo he podido olvidar y a medida que han ido pasando los años ha sido cada vez peor. Nunca lo pude quitar de mi mente. Por eso investigué y supe quien era su esposa, descubrí la pobreza en la que se encontraba por mi culpa y el dolor y la sombra que había en su vida. Por eso muchas veces dejé importantes sumas de dinero en su casa cuando nadie podía verme. Incluso pagué una operación que tuvieron que hacerle a su hijo. En todo momento tenía en mi mente a mi mujer y a mi hija. ¡Cuánto daría por dar marcha atrás al tiempo para que aquello nunca hubiese ocurrido!                
DOCTOR. Relájese, descanse, cuando oiga el chasquido de mis dedos abrirá los ojos y no recordará nada. (Chasquido)

NARRADOR. Gilberto Salazar abrió los ojos despacio. Dudó por un momento en qué lugar estaba. Miró al doctor y después se fijó en Rosaura que lo miraba con ojos asustados.

GILBERTO. ¿Lo he contado... todo?
DOCTOR. Se ha portado usted muy bien. Descanse. A partir de mañana comenzaremos la terapia. Será duro y difícil pero podrá superarlo.
GILBERTO. Rosaura... dime que no me odias. Si supieras cuanto he llorado porque he pensado en ti y en Inés.

NARRADOR. Rosaura parecía haberse quedado muda. No era capaz de mirar a su esposo a los ojos. Salieron de la consulta y caminaron hacia la casa. En la calle Gilberto Salazar tenía la impresión de que todo el mundo lo miraba con desprecio. (Se oyen pasos y ruido propio de la calle: coches, ambulancia, gente que pasa, vendedores de la ONCE que gritan...)

GILBERTO. Rosaura, si lo sabes todo, debes escucharme. Cuando se está en una guerra la gente cambia de personalidad. Es una locura... en la guerra todo el mundo es cruel, el más manso, el hombre más pacífico, el más cariñoso... en una guerra se convierte en un carnicero. Uno deja de ser dueño de su persona y puede hacer cosas horribles.

NARRADOR. Rosaura guardó silencio, no se sabe si por no saber qué decir o si el relato que había escuchado le hizo perder hasta la voz.

VI

NARRADOR. Aquella iba a ser la noche definitiva. Gilberto Salazar no recordaba qué ocurrió en la consulta del doctor Gutiérrez, pero su cuerpo sí. Se sentía como si acabara de haber enterrado a un hombre vivo. Trataba de convencerse a sí mismo, pero sabía que aquella crueldad sin límites no tenía ninguna justificación. Todo el mundo dormía, sólo él estaba despierto con aquel recuerdo sobre su mente. Fue entonces cuando lo escuchó. Fue entonces cuando comprendió que todas sus pesadillas tenían algo de realidad. (Música)

ESPECTRO. Gilberto... baja al sótano. Te estoy esperando... Gilberto Salazar.

NARRADOR. Gilberto se levantó. Dejó a Rosaura durmiendo. Miró a la ventana y vio sombras que se movían. Ya no sentía miedo porque lo único que verdaderamente le asustaba era su macabro pasado.

ESPECTRO. Baja... al... sótano.

NARRADOR. Cogió una linterna que guardaba en la mesita  para no encender la luz y no llamar la atención de los vecinos. Salió de la habitación y bajó las escaleras; parecía salir una luz del sótano.

ESPECTRO. Te espero... en el sótano... Gilberto Salazar.

NARRADOR. En el sótano estaba el hombre de sus pesadillas. Ahora no era un sueño, estaba seguro. Debía estar viendo visiones, debía haberse vuelto loco.

ESPECTRO. Nunca te librarás de mí. Lo has intentado pero ese ha sido tu error. Ahora tu mujer sabe lo que eres en realidad. Algún día también tu hija sabrá que su padre fue un carnicero, un hombre cruel y despiadado. ¿Cómo vas a mirar a tu hija a la cara después de esto?
GILBERTO. Te equivocas... puedo librarme de ti. Sé cómo hacerlo. Lo he pensado muchas veces... será muy sencillo.

NARRADOR. Gilberto Salazar había pensado muy bien cómo liberarse definitivamente de aquellas pesadillas. Lo tenía todo fríamente calculado. Buscó el taladro y le colocó la broca más grande. Lo puso sobre la mesa con la broca hacia arriba y lo fijó con dos piedras. Lo enchufó a la corriente y miró como la broca giraba a gran velocidad. Abrió la boca y dando un grito se lanzó hacia el taladro y se tragó la broca que entró en su cabeza hasta que le perforó el cerebro. Inmediatamente comenzó a sangrar por la boca que chupaba el taladro, por la nariz y por las orejas. La sangre corría por la mesa y por parte de su cuerpo que se movía agitándose como si aún viviera y temblara de frío. Ciertamente Gilberto Salazar se había liberado de lo que más le aterraba: él mismo. (Tiene que oírse todo lo que se describe: pasos, piedras, taladro, el taladro penetrando la carne, la sangre que gotea y el cuerpo que golpea la mesa al moverse. La música habrá ido sonando in crescendo llegando a su punto culminante cuando Gilberto se lanza al taladro y comenzando a bajar a partir de ese momento. El tono del narrador deberá también ir en ese sentido.)

CELEDONIO. Amigos esta ha sido la espeluznante historia de un hombre cruel. Rosaura y su hija nunca pudieron olvidar aquello pero salieron adelante. Vosotros ¿lograréis olvidarlo? 

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