martes, 27 de septiembre de 2016

CHAPADO A LA ANTIGUA


CHAPADO A LA ANTIGUA

de

Celedonio de la Higuera

Reconozco que soy bastante chapado a la antigua, además lo digo sin ningún rubor. Me ha gustado siempre respetar las tradiciones y siento un gran cariño por todas las costumbres antiguas. Por eso e gusta participar en esas representaciones ancestrales que hay en los pueblos y tal vez por eso también me considera la gente en muchas cosas un hombre intransigente y bastante anticuado. Pero yo, la verdad,  no me dejo impresionar por esos comentarios. Sé muy bien que soy respetuoso con la forma de pensar y la vida que cada uno quiera llevar y por otro lado reconozco que soy anticuado, pero no me parece que eso sea algo negativo, es sencillamente una manera de ver la vida.

Cuento todo esto porque la vida hace que los sentimientos hagan que las ideas que uno tiene se tambaleen y se vengan fácilmente por tierra.

Ya os podéis imaginar cual fue siempre mi postura con respecto al divorcio. Además, en mis tiempos más juveniles esa postura significaba auténtica intransigencia, sí, lo puedo reconocer porque ya ha pasado mucho tiempo de todo aquello. Con los años uno se va haciendo mucho más tolerante con las ideas de los demás.

Pero reconozco que fui un verdadero enemigo de los que pensaban que el matrimonio se podía romper cuando el amor se ha terminado.

Como mi forma de ser era tan anticuada yo quería creerme siempre que el amor es para siempre. No me cabe en la mente que se pueda amar a una persona de forma auténtica y que ese amor llegue un día a su fin.

Tal vez por eso nunca hubo en mi vida otra mujer que María Teresa.

En mis años de estudiante fue una compañera excelente. Recuerdo como en las clases de latín siempre me buscaba, porque sabía que se me daba muy bien y yo podría ayudarle a hacer las traducciones. Eso hacía que yo soñara cada día con que llegara la hora de latín para poder estar con ella.

Mi timidez me ha traicionado siempre. Es muy duro intentar decir “te quiero” y que en ese momento todo cuerpo se ponga en movimiento y el calor te inunde. Pero eso es lo que me ocurría cuando intentaba abrirle de verdad mi corazón.

Cuando ella me veía en esa situación se reía con todas sus fuerzas y hacía algún comentario jocoso sobre cara que tenía. A mí no me importaba porque así disfrutaba durante todo aquel momento con aquella forma tan maravillosa de reír. No se puede describir con palabras pero era contemplar la belleza y la alegría de forma conjunta. Ella lograba con su risa que mi tensión se calmara por un momento. Pero no fui capaz de decírselo y el tiempo corría en mi contra.

Claro, llegamos a ser muy buenos amigos, pero eso fue para mi desgracia. Ella se sinceraba conmigo y así fue cómo me contó cuánto le gustaba Miguel Ángel. Yo era tan torpe que no sabía como hacerle ver, que tal vez alguien estaba sufriendo cada noche por su amor. Que Miguel Ángel nunca podría amarla tanto como ese “alguien”. Pero me limitaba a sonreír estúpidamente y a decirle que le deseaba suerte.

¿Cómo le iba a desear suerte? En mi interior lo único que yo quería era que se olvidara de él y que se fijara en mí. Que comprendiera que yo era mucho más que un buen amigo o un buen compañero.

Así que yo seguí cada noche suspirando por un amor que se me escurría entre los dedos. ¡Qué gran estupidez!

Un buen día no vino a clase. Su asiento estaba vacío y yo me imaginé lo peor.

Por suerte, al día siguiente la volví a ver en el instituto:

-¡Qué susto me habías dado! Llegué a pensar que ya no ibas a volver por aquí.

-Pues, tengo que contarte algo.

-¿Qué pasa?

-Que dejo el instituto. Me voy a poner a trabajar. He venido pero es para darme de baja.

-Entonces se han confirmado mis peores presagios. No sabes cuánto te voy a echar de menos. Has sido para mí tan… buena compañera.

-Bueno. Pero ya verás cómo vas a tener muy buenos amigos. Eres una persona excelente.

-Nadie, podrá compararse nunca a alguien como tú.

Mira que fui estúpido. En aquel momento tenía que haberle dicho muchas más cosas. Tenía que haber acercado mi cara a la suya y haber intentado besarla. Tenía que haber hecho muchas cosas que no hice. Me quedé paralizado y sin habla. A partir de entonces sólo iluminaba mi vida el recuerdo de María Teresa, su risa, sus dudas y tantas veces que hicimos juntos aquellos trabajos de clase.

El tiempo pasa, no sé si rápidamente. Unas veces se hace más largo, otras, más lento. Pero pasaron muchas cosas. María Teresa siguió su vida cada vez más distante de mí. Se hizo novia de Miguel Ángel y salía siempre con él.

Yo observé a veces cómo parecía muy feliz con él. Nunca pude quitármela de mi mente. A veces cuando desde lejos la veía reír, cómo ella sabía, se iluminaba de pronto mi corazón. Verla feliz era para mí algo alegre y doloroso a la vez, no sé cómo decirlo.

Luego se casó con él y traté que se fuera para siempre de mi mente. Pero esa ha sido una batalla perdida.

Ella ha seguido en mis sueños, en mis pensamientos y sobre todo, en mis mejores recuerdos.



El otro día fui a comprarme unos zapatos, y entré en una zapatería nueva porque vi muy buenos precios. ¡Qué sorpresa! La dueña de la tienda era una elegante y distinguida María Teresa.

Mientras me probaba varios pares de zapatos empezamos a hablar de nuestras vidas. Se sorprendió de que yo estuviera soltero todavía.

-Eso es muy raro. Tú eres una persona maravillosa, me extraña que no hayas encontrado a alguien que te quiera.

Una vez más mi corazón empezaba a traicionarme. Al oír aquellas palabras en sus labios empecé a sentir que el cuerpo me temblaba, que el sudor me corría por todas partes. Pero una vez más fui incapaz de decir lo que de verdad sentía.

Ella me contó cosas de su vida.

-Ya sabes que yo me casé con Miguel Ángel. Debí de haberte hecho caso cuando me dijiste que yo merecía a alguien mejor. Tenías razón. Yo había quedado encandilada por su gran atractivo físico y por su simpatía. Pero con el tiempo he tenido que soportar la verdad: que es un egoísta, que lo único que le interesa en la vida es él mismo.

Ni siquiera hemos tenido hijos, porque él no quería compartir mi amor con nadie más Imagínate, la ilusión de mi vida era tener muchos hijos, supongo que luego me habría tenido que mentalizar a otra cosa. Pero él se empeñó en que no tuviéramos ninguno. Siempre me decía: “Ya me tienes a mí, no necesitamos a nadie más”. He llorado muchas noches a solas, porque cada vez que una de mis amigas daba a luz me ponía cara a cara con mi propia situación. Pero te voy a decir algo: Llevo ya dos años divorciada. No es fácil, no te creas. Han sido muchos años juntos y siento una especie de síndrome de Estocolmo. Pero no voy a volver con él. Quiero volver a ser la dueña de mi vida.

Es imposible explicar con palabras lo que de pronto pasó por mi mente. Parecía como si una luz inmensa penetrara todo mi cuerpo, me sentía de pronto inundado de vida. Porque creo que mi vida había desaparecido el día que la perdí a ella. Pero ahora la había encontrado de nuevo, y ella volvía a poner en mí toda su confianza.

-Es verdad, María Teresa, tú te mereces a alguien que te quiera de verdad, que te comprenda y que esté dispuesto a sacrificarse por ti. Eres una mujer maravillosa y te mereces una vida maravillosa

-Creo que no he vuelto a oír palabras como esas desde que dejé del instituto.

Comprendí que no podía perder el tiempo en tonterías, la vida me daba una oportunidad que no debía dejar escapar otra vez.

-¿Qué te parece si esta noche vienes a mi casa y cenamos juntos?

-¿Por qué esta noche? Si no tienes nada que hacer, podríamos ir a comer ahora, yo estoy a punto de cerrar la zapatería.

No podía creer lo que mis oídos acababan de escuchar.

“Ahora o nunca” me dije. Me acerqué a ella, suavemente, rodeé su cintura. Ella empezó a acariciar mi cuello y nuestras bocas se juntaron.

Aunque sea un estúpido por reconocerlo, fue la primera vez que gocé con un beso. Lo demás habían sido aventurillas, sucedáneos. Ahora era el amor de mi vida.

La cuestión es que ahora tengo un conflicto con todas mis ideas antiguas. Por un lado yo sigo creyendo que el amor es para siempre, y lucharé cada día por que mi amor por María Teresa ilumine hasta el último minuto de mi vida, o dicho de otro modo, empeñaré todas mis energías en hacerla feliz en cada momento. No me ahorraré sacrificios y renuncias por ella, por que un amor como este tiene que ser para siempre. Pero por otra parte estoy muy contento con el divorcio que me ha devuelto a María Teresa. Sinceramente esto es un lío mental. Pero así son las cosas.  


CARTA A MI HIJO

 
Querido Ramón:

Hoy pasé cerca del pantano de Béznar y vi volando por allí un ave grande y majestuosa. No sabría decir exactamente de qué se trataba, pero su cuello largo me sugirió que tal vez fuese un buitre. El cielo estaba raso. Hacía un día espléndido y me impresionó mucho contemplar, como un espectáculo grandioso, el vuelo de aquel ejemplar que parecía gritar en silencio que todo aquel cielo era suyo.

Yo miraba admirado hacía arriba y dejé que mi imaginación empezara a trabajar. Fue entonces cuando pensé que un buitre siempre está cerca de un cadáver y pensé en mi propia vida, que algún día habrá de llegar a su fin. Tal vez, a pesar de tantos afanes y luchas, no sea más que eso: un cadáver.

Una tremenda tristeza inundó mi alma y tú fuiste entonces mi único pensamiento. Pensé en  todo lo que tenía que haberte dado antes de dejar este mundo.

¿Sabes? Siempre tuve grandes proyectos para ti. Sí, ahora sé que no tiene sentido que te lo diga, pero tú habías estado en mi pensamiento prácticamente desde que tuve conciencia. Lo que ocurre es que la vida nos va exigiendo cosas nuevas cada día y vamos dejando para otro momento lo que creemos que puede esperar.

Sí, ya lo sé, nunca debí pensar que tú podías esperar. Pero entonces no me daba cuenta de lo que era importante de verdad.

Ya sabes que dejé mis estudios porque mi padre me dijo que me hiciera cargo de la carpintería. Era un negocio brillante. Pagábamos unas perras por cuatro palos y luego los convertíamos en muebles de gran valor. Conseguimos muchas ganancias.

Aquellos días yo estaba verdaderamente ilusionado. El dinero se adueñó de mi vida y pasaba muchas horas trabajando. Era hermoso ver como unos simples troncos acababan convertidos en una cómoda de gran valor y, sobre todo, me alegraba de ver cómo mis ganancias iban en aumento. Tú no habías dejado de estar en mi pensamiento. Todas las ganancias y todo lo que yo acumulaba llegaría a ser tuyo algún día.

Así pasaron muchos años, yo vi crecer  mi patrimonio, es verdad, pero no te vi crecer a ti. No tuve ocasión de haberte enseñado todas aquellas cosas con las que un día soñé.

Hubo otra etapa de mi vida en que decidí que no tenía sentido haber acumulado tanto dinero si no disfrutaba de él. Fue en ese tiempo cuando decidí pensar más en mí mismo. Por entonces reduje mi horario de trabajo y busqué la oportunidad para gozar de la vida. Fueron muchas salidas nocturnas, muchas noches de alcohol y lujuria. Pero cerré mis puertas a cualquier compromiso que me limitara la libertad. Así, sin darme cuenta, también a ti te cerré mis puertas.

Cuando ya se serenó mi espíritu comprendí que había malgastado mi vida y mi dinero en placeres que no puedes retener. Sentí un enorme vacío.

Fue aquella etapa en que quise conocerlo todo. Hice muchos viajes. Conocí lugares de ensueño. Visité monumentos de un valor inmenso, disfruté de hermosos paisajes y sentí una gran admiración por Dios que ha creado un mundo tan maravilloso y por el hombre que es capaz de embellecerlo aun más con sus obras.

Ahora comprendo que tú tenías que haber estado allí, conmigo, como yo había soñado cuando todavía era un espíritu inocente.

Ahora, me siento viejo y me encuentro solo. Al contemplar un buitre, o al menos eso me pareció, he pensado en la muerte y he descubierto el vacío de mi vida. Tal vez pronto tenga que rendir cuentas a Dios, o tal vez todavía me quede mucho tiempo que estar en este mundo. Pero ya es tarde para buscarte, Ramón.

Dicen que un hombre, para realizarse, necesita plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. He estado ocupado con tantas cosas, buscando el gozo inmediato que he dejado pasar lo verdaderamente importante.

Por eso, hijo mío, cuando el tiempo se me acaba, he pensado en ti. El santo de mi pueblo fue llamado Nonato (no nacido), porque dicen que vino al mundo después de morir su madre. Por eso yo, en mi fantasía, te doy el nombre de Ramón, como el patrón de Dúrcal. Ya que fuiste siempre el mayor deseo de mi vida, pero nunca llegaste a existir de verdad en este mundo.

viernes, 23 de septiembre de 2016

UNA EXTRAÑA HISTORIA DE AMOR


           

Una extraña historia de amor

De Celedonio de la Higuera



El muchacho no dejaba de acariciar a la chica mientras le hablaba. La miraba con una sonrisa tierna y sus ojos brillaban, como si estuviese a punto de empezar a llorar de alegría.

Ella estaba inmóvil, con los ojos medio cerrados y la boca ligeramente abierta.

Hacía frío en aquel lugar, pero a él no parecía importarle. Se mantenía junto a ella y de vez en cuando le hablaba con dulzura.



-Estoy inquieto, lo sé. Pero es porque algo me dice que nos van a encontrar. Yo sé que no me van a dejar que siga a tu lado, pero quiero que sepas que sólo contigo siento que soy una persona. Tú sabes que mi vida cambió el día que tú llegaste. Yo diría que ese día empecé a vivir de verdad. Primero fuimos muy buenos amigos. Yo no sabía lo que era tener un amigo hasta que te conocí a ti. Por eso no puedo soportar que me quieran retirar de tu lado.



A las palabras del muchacho sólo le seguía el silencio. A veces un silencio muy prolongado. Pero él la contemplaba emocionado, con los ojos húmedos. De su nariz y su boca salía el aire visible, como si estuviera fumando. Aquel lugar era frío y húmedo. Él continuaba mostrándose tierno, acariciando el pelo de ella. Se acercó a sus labios pero dudó.



- Bueno, es posible que no sea el mejor momento para besarte. Pero no pienses que no te quiero. Tú sabes que eres la única persona a la que quiero de verdad, con los demás nunca he conocido el amor. Cuando era pequeño veía a los otros niños felices al encontrar a su madre. Pero la mía me despreciaba. Mi padre la maltrataba y ella me culpaba por su infelicidad. Parece estúpido, pero ella se casó porque estaba embarazada de mí. Siempre he sido un hijo no deseado. Imagínate lo triste que era mi vida, la vida de un niño que no tiene ni siquiera el cariño de sus padres. En cambio tú me escuchaste en todo momento, nunca has dudado en dejar otras cosas cuando te he necesitado. Nadie más que tú se ha portado así conmigo.



El muchacho sentía cierta desconfianza, estaba inquieto, preocupado. Para asegurarse de que aun estaban solos se asomó fuera del lugar donde se encontraban. Después volvió más tranquilo.



- Antes de que tú vinieras yo había encontrado a Dios. En aquellos días largos de soledad y de tristeza hablaba con Dios largamente de todo lo que me pasaba.  ¿Sabes? Sentía algo dentro de mí, algo que no te puedo describir. Pero estaba seguro de que Dios me estaba escuchando, sí, de verdad. Miraba al cielo y me imaginaba a Dios allí dentro mirando hacia la Tierra y fijándose en mí. Entonces dejaba de sentirme solo. Dios me consolaba y por eso superaba mi tristeza. Eran días terribles. No te imaginas cuántas veces lloraba sin que nadie viniera a consolarme. Mi padre me pegaba muchas veces y yo buscaba a mi madre pero ella nunca quería saber nada. Mi madre odiaba a mi padre pero a mí me odiaba más todavía. Entonces buscaba a Dios y él estaba siempre ahí, aunque yo no lo viera.



Al decir estas cosas el muchacho rió sin ganas. Contaba esto sin entusiasmo, como el recuerdo de una tontería infantil que ahora le parecía ridícula. Ella permanecía inmóvil. La mano del muchacho seguía pasando suavemente por su cuerpo.



- Yo se lo había pedido a Dios. Un niño era entonces. Miré al cielo y cerré los ojos. Recuerdo cómo sonreía cuando pensaba que Dios me escucharía. Ahora me parece una estupidez pero yo entonces confiaba en Dios. Le pedí que me concediera tener un amigo. Era algo tan sencillo, un amigo que me comprendiera, que tuviera tiempo para escucharme y para estar conmigo.  Pensaba que Dios, que siempre me escuchaba y que todo lo podía haría mi deseo realidad. Entonces llegaste tú.



Volvió a acariciar su pelo mientras la contemplaba satisfecho. Esta vez sí fue capaz: acercó su boca y la besó largamente. Ella permanecía inmóvil. Los brazos del muchacho la rodearon. Después de besarla juntó mejilla con mejilla, y así abrazado continuó hablando. No le importaba el mal olor que empezaba a inundar aquel lugar. Tampoco hizo caso de las alimañas que de vez en cuando correteaban por allí. Abrazado a ella parecía que nada le importaba.



-Llegaste tú y empecé a tener ilusión por algo. Deseaba cada día que amaneciera porque sabía que podría verte. Cuando me despedía de ti estaba contento, pensando que pronto volvería a estar contigo otra vez. Mientras iba a mi casa miraba al cielo y le daba gracias a Dios por haberme escuchado. Qué Dios tan bueno que me había regalado una amiga tan excelente como tú. Piensa en las cosas tan maravillosas que me hiciste descubrir. Recuerdo con emoción el día en que nos bañamos en el río. Cuando vi tu cuerpo precioso medio desnudo sentí un cosquilleo en mi barriga. Creo que fue entonces cuando descubrí que estaba enamorado de ti. Es verdad que éramos todavía dos chiquillos que empezaban a descubrir la vida, ahora hasta me hace gracia. Te acercaste a mí chorreando, te inclinaste a coger la toalla y sentí tu cara cerca de la mía. Entonces empecé a temblar y el corazón me retumbaba en los oídos. ¡Podría recordar tantos momentos buenos! Y todos contigo.



Volvió a besarla largamente. Después empezaba otra vez a inquietarse. A lo lejos se escuchaban voces de alguien que se acercaba. Volvió a asomarse a la boca de la cueva y divisó a los que venían, sin duda, a buscarlos. Estaban cada vez más cerca. En ese momento, de sus ojos húmedos y brillantes empezaron a correr unas lágrimas. Volvió con ella. Siguió hablando.



- Creo que nos han encontrado. No te preocupes, sabía que nos encontrarían. Lo siento mucho. Sé que nos separarán. Es muy triste para mí porque volveré a estar solo. Ya no podré volver a verte nunca. Y esta vez no podré contarle nada a Dios, porque lo odio. Sí, ya se que esto suena muy fuerte pero odio a Dios. Cuando tú estuviste ausente yo le supliqué que no te pasara nada. Después supe que estabas en el hospital y me pasé muchos días rezando. Invocaba a Dios con la misma ilusión que cuando era un niño, para que te pusieras buena. Pero no quiso hacerme caso. Sabía que si tú morías yo me quedaría solo y sin embargo Dios permitió que murieras. Por eso lo odio y no volveré a confiar en él. ¿Comprendes? Ya eres tú lo único que me queda aunque estés muerta. Por eso robé tu cadáver y he pasado aquí todo este tiempo contigo. No me importa el olor, ni el frío, ni siquiera los gusanos que empiezan a devorar tu cuerpo. Yo necesito estar contigo, necesito verte y tocarte. No me importa que estés muerta, has visto que he sido capaz de besarte...  Pero tenían que encontrarnos. Tú volverás a tu tumba y yo estaré otra vez solo.



Aquellos que los encontraron dicen que quedaron sobrecogidos. Él se había quedado muy delgado y su cara estaba pálida con un tono verdoso. Lloraba amargamente. Tenía manchas de pus y hasta pequeños fragmentos de carne putrefacta pegados a la cara. Pero lo que más les horrorizó fue cuando lo tuvieron cerca y descubrieron su cuerpo inundado por los gusanos.

martes, 6 de septiembre de 2016

LA CONDESA


La condesa

De Celedonio de la Higuera



El sacerdote entraba por primera vez en aquella gran casa. A medida que la contemplaba pensaba que era un insulto para los habitantes de aquel pueblo. Sí, era un  verdadero insulto; porque, mientras la condesa vivía en aquella especie de palacio, sus otros feligreses sobrevivían hacinados en casitas de dos o tres habitaciones.

 Mientras era conducido al dormitorio de la condesa miraba con desprecio todo el lujo que ostentaba aquel caserón: cuadros de incalculable valor colgando de las paredes, candelabros de plata sobre la chimenea, muebles de madera tallada... ¡Qué repugnante contraste con la pobreza de los vecinos de aquella localidad! En realidad entraba en la casa porque su ministerio le obligaba a tener piedad de cualquier moribundo. No olvidaba que se hizo sacerdote para salvar almas y por eso sentía la necesidad de cumplir un deber. Pero en el fondo de su corazón, no tenía ningún deseo de salvar un alma tan sucia y abominable como aquella.

Entró en los aposentos de la noble señora. Un dormitorio esplendoroso, con muebles muy antiguos y una cama enorme con varales altos acogían el voluminoso cuerpo de la condesa. La fealdad de su anciano rostro parecía expresar la que siempre había sido la fealdad de su marchito corazón. El mal olor que su enfermedad le hacía desprender conseguía que fuese aun más repugnante su presencia. El ministro sagrado entró en el dormitorio conteniendo su malestar.

- ¡Ya era hora que vinieras! Ni siquiera has tenido urgencia en venir a verme sabiendo que estoy a punto de morirme.

El sacerdote estuvo a punto de responder con una impertinencia pero prefirió ser amable. A fin de cuentas la condesa era una pobre moribunda.

- No se imagina usted cuánto siento haberla hecho esperar. Pero aquí me tiene. Es la primera vez que me llama usted en ocho años y no sabía bien qué pensar.

- Bueno, ya estás aquí que es lo que importa. Quiero contarte algo. Yo sé que eres un comunista, tus sermones no dejan lugar a dudas. Pero en un momento come este necesito un sacerdote. Tu obligación es asistirme espiritualmente, aunque no te guste.

- ¿Me ha llamado usted para criticarme? Nunca he participado en política pero no tengo intención de entrar en discusiones con usted.

-Será lo mejor. Te he llamado porque hace varios días que oigo voces. Quiero que me ayudes. Tienes que hacer un exorcismo.

-¿Qué es lo que ha oído usted?

- Todavía se me pone la carne de gallina al recordarlo. – La condesa estaba a punto de echarse a llorar. – Es una voz tenebrosa que me habla en medio de risas y me dice: “Ya faltan muy pocos días para que vaya a por ti.” Si es un mal espíritu tú puedes hacer un exorcismo y echarlo de mi casa.

- Yo no puedo hacer tal cosa, necesito una aprobación del obispo. Pero puedo hacer algo mucho más fácil: Si usted se confiesa, si se arrepiente de sus pecados, no tendrá nada que temer.

- Tú sabes que yo no tengo pecados. Tú sabes que siempre he estado sirviendo a Dios. Siempre en la iglesia.

-Bueno. Yo más bien diría que siempre ha querido dominar en todo y que también ha dominado siempre en la iglesia. ¿No se arrepiente usted de haber impuesto su voluntad en todo?

- No intentes enredarme. Tú si que has sido soberbio llevándome siempre la contraria. Te digo que no tengo pecados. Yo no he matado ni he robado.

- Tal vez no apretó usted aquel gatillo. Pero todo el mundo sabe que usted fue la que denunció a aquellos treinta campesinos porque le obligaron a pagarle el salario base. Usted hizo que los llevaran a la muerte y no tuvo piedad ni siquiera del llanto de sus mujeres y sus hijos. ¿Lo ha olvidado? ¿No recuerda cómo Natán acusó a David de haber matado a Urías por enviarlo a la muerte?

- Lo que hice fue cumplir con mi obligación. Aquellos eran unos comunistas y había que limpiar el país de esa gentuza. Era necesario arrancar las malas hierbas.  Y sus niños lloraron entonces pero hemos podido educarlos en la religión cristiana.

- Entonces ¿No se arrepiente de esos crímenes? ¿No se arrepiente del dolor que sembró usted en todas esas familias? ¿Qué clase de religión ha sido esa que ha enseñado?

-Pero que estás diciendo. Aquellos hombres eran enemigos de Dios y de la patria. ¿Cómo voy a arrepentirme?

-El único enemigo de Dios ha sido usted, usando su nombre para cometer crímenes y latrocinios.

-Lo sabía eres un comunista. Siempre lo he sabido. Pero que sepas que hoy no serías nadie si no hubiésemos luchado. No llevarías esa sotana, tendrías que esconderte para decir la misa y te obligarían a hacer los trabajos más duros. Claro tú eres joven y te has dejado engañar.

-Francamente desearía no ser nadie y no tener que haber lamentado tantas muertes y tanto dolor. Pero sigamos. Dice usted que no ha robado. ¿Sabe lo que dice la Biblia del salario que se defrauda al obrero? Usted ha matado de trabajar a la gente por un miserable plato de comida. Mientras ellos padecían, usted ha llenado su casa de lujos. Se aprovechó de huérfanos y viudas para  aumentar sus riquezas con su esclavitud. Ellos han sido cada vez más pobres y desgraciados y usted cada vez más rica y poderosa ¿No se arrepiente de haber sido tan vil?

- Eres un verdadero impertinente. No tienes vergüenza. Estoy en el lecho de muerte y te pones a restregarme tus ideas comunistas. Eres un mal cura que no haces nada por salvar a tus fieles.

- Perdone, señora. Creí que podría ayudarla. Pero siento decirle que si usted no se arrepiente de sus pecados yo no puedo hacer nada. Tal vez sea un mal cura. Le aseguro que he tenido la intención de salvarla.  Adiós.



El sacerdote abandonó aquel lugar y se fue silencioso por las calles humildes del pueblo. Nunca comentaría esta conversación por respeto al sigilo sacramental. Pero los gritos de la condesa se escuchaban por casi todo el pueblo.

- Por Dios que alguien me ayude. Lo sigo escuchando. Se está riendo y me dice que viene a por mí... Dios mío, que lo escucho acercarse a mi lecho. ¿Es que nadie puede hacer nada?

Cuando murió la señora, la gente tuvo miedo. Nadie se atrevió a salir a la calle. No querían que se notara que se alegraban. Pero en todos quedó grabado el terrible final de aquella que destrozó sus vidas durante mucho tiempo. Y les sirvió de recuerdo para tener presente que aunque un criminal escape de la justicia humana, nadie le conseguirá ninguna inmunidad ante la divina.


EL REFLEJO


EL REFLEJO

De Celedonio de la Higuera



Creo que hace ya seis años que comenzó todo esto.

Al principio no le di importancia; luego vinieron aquellos extraños sueños, mis noches en vela y aquellos pensamientos que venían a mi mente sin que yo comprendiera su significado. Sí, ahora recuerdo todos esos momentos como si se tratara de una pesadilla: aquella incertidumbre, aquellas dudas...

Recuerdo que todo comenzó una mañana cuando me disponía a afeitarme. Parecía entonces algo tan simple que no le di ninguna importancia. Me miré en el espejo mientras me ponía espuma por la barba y noté algo extraño en mi reflejo. Fue tan repentino que ahora casi no puedo explicar con exactitud qué fue lo que vi. Parecía que estaba en otro lugar, que no era mi baño lo que se veía en el espejo. Abrí y cerré los ojos y seguía todo igual. Ciertamente quien estaba allí afeitándose era yo. Mi cara no estaba cambiada y mi reflejo hacía todos mis movimientos. Pero aquél lugar no era mi casa. Parecía la habitación de una casa muy pobre aunque limpia, tenía las paredes de piedra sin pintar, como un edificio muy antiguo. Después sentí que se me quedaba la mente en blanco; durante unos segundos parecía haber perdido la noción del tiempo. Creo que si alguien en ese lapso de tiempo me hubiese preguntado mi nombre no habría sabido decirlo. Enseguida todo fue normal. No le di importancia. Me había quedado en blanco por un instante, tal vez mi mente me estaba jugando una mala pasada.

La verdad es que tenía motivos para quedarme en blanco. Llevaba mucho tiempo tratando de superar una depresión. Una tristeza que yo no sabía a qué se debía pero que me estaba destrozando. Me pasaba muchos días sin salir a la calle. Tengo mi propio taller para arreglar bicicletas y pasaba las horas sin apenas ver a nadie. Además, el taller forma parte de mi casa. Llegué a estar más de un mes sin salir para nada. Mi mujer y mis hijos trataban de convencerme para que me divirtiera, pero yo les decía que me sentía muy a gusto en mi casa. Después entendí que algo me pasaba y el médico me hizo ver que tenía una depresión. Me hizo seguir un tratamiento y me puso una terapia para ayudarme a salir del pozo en el que me encontraba.

Por eso empecé a salir más, a hablar con los amigos. Mi mujer y mis hijos me apoyaron mucho, me sacaban a pasear aunque fuera a la fuerza, me llevaban al cine, me traían de visita a mis mejores amigos y me ayudaban con mucha frecuencia a reparar las bicicletas.

Lentamente iba recuperando mi vida.

Pero aquel día tuve aquella extraña experiencia.

Poco tiempo después mientras me miraba al espejo (esta vez no recuerdo qué era lo que hacía) mi reflejo se quedó mirándome. Reconozco que en ese momento sí que tuve miedo. Parecía que mi propia imagen había cobrado vida propia y se hacía independiente de mí.

- Descubre quién eres- me dijo.

De nuevo me quedé en blanco. Cuando me recuperé seguía escuchando dentro de mí esas palabras: "Descubre quién eres". ¿Qué podían significar? ¿Quién tengo que descubrir que soy?

Seguí con mi tratamiento, mis salidas, mis ejercicios terapéuticos, mis visitas... no me atreví a decirle nada a mi familia. De todos modos todo se explicaba porque tenía problemas psicológicos y no tenía por qué preocuparme puesto que me estaba sometiendo a una terapia.

Esto fue el comienzo de todo aquél misterio que ahora parece que se va desvelando. Yo tenía que descubrir quién era. Mucho más. Tenía que descubrir cuál era mi misión. Entonces me habría parecido ridículo, pero ahora comprendo que yo no era quien creía ser. Ahora entiendo que yo tenía una tarea pendiente. Una vez que la cumpla no sé que será de mí.

Además de las visiones extrañas empecé a tener sueños repetidos. Veía una pared muy vieja, era de piedras antiguas pero en un lugar se veía un cambio extraño, como si alguien hubiese abierto un agujero y luego lo hubiese tapado. Esa imagen se quedaba grabada en mi mente, me despertaba y ya no podía conciliar el sueño y seguía con la imagen de aquel muro grabada en mi cerebro. Siempre se repetía lo mismo: soñaba aquello y ya pasaba el resto de la noche en blanco con la imagen grabada en mi mente. Actuaba como si nada sucediera, intentaba seguir mi vida con mi familia, con mi trabajo en el taller, con mis ejercicios para salir de la depresión. Me parecía que no se trataba de nada extraño, mi cabeza no andaba muy bien y eso lo explicaba todo. Ni siquiera le comenté al médico nada de esto. Creí que, una vez superada la depresión todo volvería a la normalidad.

Después empecé a traer extraños recuerdos a mi memoria. Me venían pensamientos confusos de algo que creía recordar pero, en cambio, era consciente que eso no me había sucedido nunca. Alguien hablaba conmigo muy preocupado y yo lo escuchaba en silencio, después con una pluma yo escribía algo en un papel. Todo esto era borroso y no podía precisar nada pero tenía la forma de un extraño recuerdo.

Entonces fue cuando empecé a preocuparme ciertamente. Cada vez me iban sucediendo más cosas y sentí que me estaba volviendo loco.

Estaba a punto de hablar con mi mujer de lo que me pasaba y romper el silencio que hasta entonces había mantenido cuando vino a mis manos una revista. Recuerdo que era el suplemento dominical de un periódico; empecé a hojearla para relajar mis nervios mientras pensaba cómo le diría estas cosas a mi mujer.

Aquel día mi depresión era intensa, tenía unas tremendas ganas de llorar, me sentía el ser más desgraciado del mundo y llegaba a creer que mi mujer y mis hijos se distanciarían de mí cuando comprendieran mi locura.

Repasaba la revista con aburrimiento y apenas prestaba atención a su contenido cuando una foto llamó poderosamente mi atención. Era la habitación de un monasterio del que se hablaba en aquella revista. Me quedé mirando aquella foto fijamente y comprendí que esa era la habitación que yo había visto aquella primera vez a través del espejo. Además lo comprendí con toda claridad, no era un recuerdo borroso sino que estaba completamente seguro.

Al ver aquello, como si alguien me despertara de un terrible sueño me sentí fuerte psíquicamente, se acabaron mis ganas de llorar y mis sentimientos negativos. Miré la foto fijamente, la examiné centímetro a centímetro y descubrí en ella ese muro que aparecía en mis sueños. Corriendo busqué una lupa porque quería verlo en mayor tamaño. No había lugar a dudas, esa era la pared con aquel agujero tapado. Era un trozo muy pequeño y estaba en un lugar poco visible pero yo lo había descubierto.

Aquella foto me ayudó a comprender que yo no estaba loco, que me estaba sucediendo algo real. Tenía algo que hacer. Tenía que descubrir el significado de todo lo que me estaba pasando, descubrir quién era yo realmente y averiguar a donde me conducían mis sueños, mis pensamientos y mis visiones.



Sin pensarlo dos veces lo primero que hice fue preparar el viaje para ir a visitar aquel monasterio. Estaba seguro de que por los claustros de aquel lugar encontraría una respuesta a mis pesadillas. Le hablé a mi mujer de mi proyecto, no quise darle muchas explicaciones. Ella no me comprendió. Se empeñaba en acompañarme y yo tenía claro que este asunto lo debía resolver solo. Fue cuando ella creyó de verdad que yo estaba completamente loco.

Para tranquilizarla le expliqué claramente a dónde iba, le dije que estaría en contacto con ella constantemente, que no tenía que pensar que yo no estaba en mis cabales. Así fue como, con muchas dudas, me dejó marchar.

Cuando llegué a aquel monasterio me pareció que se abría dentro de mí la puerta de una nueva dimensión. Aquel lugar me resultaba totalmente conocido. Es más, llegué a ponerme a prueba me dije: detrás de esta puerta voy ver una gran habitación con un cuadro inmenso de Jesús en el monte Tabor. Abrí la puerta y todo sucedió tal como yo había pensado. Significaba que aquel lugar estaba grabado en mi memoria con toda claridad. Pero ¿Por qué?

Se iban despejando algunas de mis dudas pero a la vez surgían nuevas preguntas.

Aquel monasterio estaba abierto al turismo por ser un monumento de gran valor artístico. Pero seguía habiendo en él monjes que se dedicaban a la oración y a la alabanza divina. Éstos vivían totalmente aislados de la gente que pasaba por allí. Sólo era posible verlos en los momentos del oficio, pero existía una gran reja de separación que hacía imposible el contacto con ellos.

Participé muchas veces en los actos de oración de los monjes y de nuevo comprobaba que todo me era familiar. Podía unirme perfectamente a muchos de sus cantos, conocía las melodías y algunas letras salían de mis labios como si aquellos himnos latinos los hubiese aprendido de memoria. Venían a mi mente recuerdos claros de haber estado muchas veces, no como ahora detrás de la reja sino en el mismo coro cantando con los monjes.

Necesitaba contactar con ellos y descubrí la oportunidad: durante todo el día había un padre atendiendo a los que querían confesar. Hablaría con él y le explicaría lo que me estaba sucediendo.

Cuando me acerqué al confesionario de nuevo mi mente empezó a funcionar y traerme recuerdos extraños. Aquel lugar era muy conocido para mí. Tuve la sensación de haber pasado allí sentado muchos momentos de frío y de soledad. En la penumbra era muy difícil distinguir la cara del monje que me atendía pero aquella imagen borrosa que veía a través de la rejilla me devolvía de nuevo a tiempos pasados. Algo me decía que en aquel lugar había sucedido algo muy importante para mí.

- Descarga tus pecados ante el Señor, hijo mío, y él te librará de lo que te inquieta. - dijo el confesor.

- Padre, necesito contarle algo.

- Habla sin miedo, que el sacramento del perdón te dará la paz.

- Hace tiempo que vengo teniendo extrañas visiones, ellas me han traído hasta aquí. No sé como explicarlo pero he descubierto que conozco perfectamente este lugar, conozco muchos de sus cantos en latín, tengo grabado en mi memoria cada rincón de esta casa. Necesito que me ayude. En una de las celdas existe una pared en la que hay un pequeño parche. Tengo que ir allí. Es la celda que aparece en la foto de una revista.

- Lo que usted me cuenta es ciertamente insólito. Debe saber que según nuestras normas no puede entrar a la clausura del monasterio. Está reservada únicamente para los monjes. Pero si la celda apareció en una revista debe estar en la parte que pueden visitar los turistas. Para ir allí no tendrá ningún problema.

- Pero ¿usted me ayudará?

- Está bien, haré lo que pueda.

Una vez dijo esto, sacó un pequeño cuaderno de su bolsillo y con un lápiz anotó algo en él. En ese momento vino de nuevo a mi mente aquella escena en la que yo anotaba algo en un papel con una pluma. Esta vez sí que era nítido mi recuerdo. Yo me encontraba en aquel confesionario y había escrito en el papel algo sobre un pecado. Ciertamente después de todo lo que ha pasado no puedo decir, de ningún modo, lo que recuerdo que había escrito. Pero pude recordarlo todo, hasta el color de la tinta y la forma extraña de la letra.

A partir de ese momento ya no tenía ninguna duda. Alguna vez yo había sido un monje en aquel monasterio, muchas veces había estado confesando en aquel lugar. Por algún motivo anoté un pecado que alguien me confesó en un papel. Yo tenía la certeza de que esto había sucedido así. Pero ¿Quién podría creerme?

Dormí en un hotel cercano al monasterio y volví a tener uno de mis sueños extraños. Alguien hablaba conmigo:

- Tienes que destruirlo, no podrás descansar hasta que no lo destruyas definitivamente. Tienes que destruirlo antes de que alguien lo encuentre.

Cuando me desperté seguía sintiendo aquella voz dentro de mí. Al ir a lavarme la cara, de nuevo el espejo me hizo ver otra cosa: esta vez yo me veía vestido con un hábito viejo, con una larga barba y la cabeza afeitada. Me detuve mirando mi propio reflejo durante un rato. Esperaba que desapareciera enseguida, como siempre ocurría, pero esta vez me permitió verlo todo despacio. El reflejo, siendo distinto, hacía todos mis movimientos. Eso me permitió abrir mi boca, mirar mis orejas y observarlo con todo detalle. Luego tuve ese lapso de tiempo en blanco y todo volvió a la normalidad.

Yo sentía mucha prisa por saber cómo iba a ser el desenlace de todo. Me apresuré a ir de nuevo al monasterio. Confiaba que aquel buen monje me atendiera nuevamente. Dentro de mí sentía que conocía perfectamente la forma de llegar a aquella misteriosa celda. Estaba convencido de saber con exactitud donde se encontraba aquel pequeño parche en la pared. Hasta tenía la seguridad de conocer el motivo porque el que aquella pared tenía ese parche.

Me dirigí al monasterio y volví a la iglesia para acercarme al confesionario. Confiaba que estaría allí de nuevo aquel monje. Pero no fue necesario. Aquel hombre me estaba esperando sentado en uno de los bancos. En la penumbra de aquella fría iglesia apenas podía distinguir el rostro del religioso que se había cubierto con la capucha.

- Acompáñeme. Quiero que vea usted algo.

Me quedé sorprendido por aquellas palabras. Estaba a punto de decirle que yo sabía perfectamente a donde tenía que ir. Él se llevó un dedo a la boca para indicarme que guardara silencio. Salimos de la capilla por una puerta interior y comprendí que estaba entrando en la clausura, en aquellos aposentos reservados únicamente a los miembros de la orden. Pronto iba a comprender la razón de ese privilegio.

En una gran sala amueblada con cajoneras de madera muy antiguas existían varios cuadros de los abades de aquella casa. El monje me indicó que lo siguiera y me presentó ante el retrato de un monje que me hizo contener la respiración.

- Habría tomado todo lo que usted me ha dicho por un delirio de no ser por este cuadro. Toda la noche he soñado con esta habitación y con este cuadro. Mírelo bien y dígame qué es lo que usted ve.

Yo estaba enormemente sobrecogido, apenas sabía qué decir.

- ¿Quién es ese hombre? - pregunté.

- Es el padre fray Eusebio de la divina misericordia. Fue abad de este monasterio. Sabemos que venía gente de muchos lugares a confesar con él y que durante su vida tuvo fama de santo. Después pasó el tiempo y se fueron olvidando de él poco a poco.

- Sé que esto parece un disparate, es una verdadera locura, pero ese hombre... estoy seguro, ese hombre soy yo. He vuelto porque tengo que eliminar aquella nota que tomé en el confesionario. Tal vez usted no lo comprenda, pero yo hice algo indigno y tengo que reparar ese mal.

- Yo le entiendo. Este cuadro, habla por sí mismo.

Tengo que decir que el monje que había en aquel cuadro era yo mismo. Era aquella misma imagen que hacía unas horas había visto reflejarse en el espejo. Podía recrearme en los detalles tal y como lo había hecho en el hotel. Pude examinar su barba, su cabeza rapada, sus orejas. Por eso no lo dudé. Sabía que aquel hombre era yo. Por fin había descubierto quién era y qué tenía que hacer.

- Pues si usted me cree tiene que permitirme que haga lo que me ha traído aquí. Si le digo la verdad no puedo explicarle porque sé todo esto. Pero yo soy ese padre abad al que acudía mucha gente para confesar. Sé que una vez anoté en un papel un pecado. Sé también que lo hice por envidia. A pesar de mi aparente bondad yo sentía odio por aquel hombre que puso en mí su confianza, por eso escribí su pecado y lo escondí en la pared, con la perversa intención de que alguna vez fuera descubierto.

- Tiene que reconocer que lo que me está contando es algo difícil de creer. Ya le he dicho que fray Eusebio tenía fama de santo.

- Pero cada uno se conoce mejor que nadie a sí mismo. Permítame que saque esa nota de la pared y la destruya para que jamás pueda nadie saber lo que en ella hay escrito.

El monje y yo nos dirigimos a aquella celda. Yo estaba temblando, estaba tan seguro de lo que me iba a encontrar que todo mi cuerpo se había revuelto, el corazón me latía con fuerza y sentía las piernas casi dormidas.

Cuando llegamos a aquella habitación sentí una emoción muy extraña. Era como volver a un lugar familiar y querido donde había vivido muchos años. Inmediatamente me dirigí a trozo de pared parcheada. Llevaba un destornillador en el bolsillo y con él me puse a raspar en aquel sitio. Tal y como yo sabía, al momento llegué a un lugar hueco. Con un pequeño golpe apareció una cajita de madera muy deteriorada y dentro de ella estaba aquel papel.

El monje que me acompañaba miró todo aquello estupefacto y él mismo me condujo a la cocina del monasterio. En uno de aquellos fogones dejé caer la cajita con su contenido y los dos estuvimos viendo cómo las llamas la consumían. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Sentía que me había liberado de un enorme peso y llegó a mí ser una paz inmensa.

Cuando regresé a mi hogar mi familia no podía creerlo. Me habían visto presa de una tremenda depresión y casi rozando la locura y volvía con energías y ganas de vivir, con la satisfacción del deber cumplido.

Ahora todo va a terminar definitivamente. Hace unos días el médico me diagnosticó una enfermedad letal y no tardará más de tres meses en visitarme la muerte. Pero no tengo miedo, lo he afrontado con paz. Sé que he llevado a cabo la tarea que me había devuelto a este mundo.    

CRÍSPULA Y EL HECHIZO CODIFICADO


Críspula y el hechizo codificado



1. MAGANAPIA Y SUS ESBIRROS

 (Vemos a  MAGNAPIA.  Está vestida de bruja con sombrero típico y una túnica negra, lleva una varita feísima arrugada y cutre, la acompañan sus tres ayudantes: PERVER, TENEBRO Y MALEVOL.)



MAGNAPIA.- Vamos hay que darse prisa, que tenemos mucho trabajo. Y no hagáis ruido hasta que termine el conjuro del sueño profundo, no vaya que se despierten. Carra patosa, gorri gorri posa, mara marasma, marro marrón, que todo quisqui duerma como un lirón. (Mueve la horrorosa varita haciendo una especie de baile.)

PERVER.- Qué bien jefa, lo haces todo tan bonito que resulta emocionante venir a destruir a los niños.

MAGNAPIA.- Imbécil, te he dicho que no vamos a destruir nada. Se trata sólo de hacer un pequeño cambio. Ja JA JAJA.

MALEVOL.- Es que Perver nunca se entera de las instrucciones que nos das. Se pasa el tiempo leyendo esas estúpidas revistas de vampiros.

TENEBRO.- Por lo visto hay alguna vampiresa por ahí que viene a visitarlo.

MAGNAPIA.- ¿Queréis callaros de una vez? ¿Es que no comprendéis la trascendencia de lo que hoy estamos haciendo? A partir de mañana el mundo ya no será lo mismo. Venga cada uno a su puesto. (Se mueven por el escenario y ponen varias posturas hasta que lleguen a la que consideren adecuada.) Levantad las varitas. Primero tú Tenebro. Di las palabras mágicas.

TENEBRO.- (Vacilante) Carra … patosa…

MAGNAPIA.- No, imbécil, ese ya lo he dicho yo. Tienes que decir el otro, el de los libros.

MALEVOL.- Ya sabía yo que se equivocaría.

TENEBRO.- ¡Ah, sí! Pues hazlo tú, listo.

MAGNAPIA.- ¡No empecéis! Y tú vuelve a intentarlo. Recuerda pervertio, pervertionis…

TENEBRO.- Pervertio pervertionis, maléfico plan, los libros cambiarán.

MAGNAPIA.- Ahora te toca a ti Perver.

PERVER.- Pram parapam leche y pestiños, esto será para los niños.

MAGNAPIA.- Muy bien, te vas mejorando mucho. Pronto harás cosas terribles por tu cuenta.

TENEBRO.- Lo que hace el amor vampírico.

PERVER.- Pues no es por eso.

MAGNAPIA.- ¿Queréis dejar ya eso? Vamos ahora tú Malevol.

MALEVOL.- Es que no me acuerdo.

TENEBRO.- Anda, míralo, el que se reía de mí… ¡Cabeza de chorlito!

MAGNAPIA.- Si no fuera porque te necesito te hacía ahora mismo un hechizo freidor.

MALEVOL.- No, Magnapia, un freidor no, que la última vez lo pasé muy mal. Ya me estoy empezando a acordar. Buscar, hallar, tener, perder… esto…

MAGNAPIA.- Vamos, termina de una vez.

MALEVOL.- será lo que van a aprender. Ya lo dije. Uf.

MAGNAPIA.- Menos mal. Ahora yo daré el último toque. Codex. (Realiza extraños movimientos, pone cara de estar haciendo algo muy difícil, los otros tres la miran con mucho interés y siguen con cara de bobos todos sus movimientos.) Ya está todo. Podemos marcharnos. ¡Qué sorpresa se llevarán cuando se levanten mañana! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

(Todos ríen con esa risa típica de los malvados mientras salen de la escena.)



2. ESPERANDO A CRÍSPULA

(Amanece, suena el despertador y enseguida aparece ISA en camisón de dormir. Se despereza, entra en otra habitación vuelve a salir, se trata de demostrar que acaba de levantarse, se asea y empieza a preparar el desayuno, luego va a llamar a los niños. ANTONIO y JUAN. Los dos aparecen en escena con cara de sueño, entre los tres ponen la mesa y empiezan a tomarse el desayuno, así empiezan a estar vivos)



ANTONIO.- Podrías dejarnos dormir más tiempo, ya tendremos que madrugar cuando empecemos a ir otra vez al colegio.

ISA.- No seas tan dormilón, Antonio, sabes muy bien que hoy tenemos muchas cosas que hacer. Me prometisteis ayudarme a ordenar la habitación de los trastos.

JUAN.- Es verdad. Además a mí me gusta mucho levantarme temprano cuando estamos de vacaciones porque así tengo más tiempo para no hacer nada.

ANTONIO.- Pues a mí me gusta más dormir hasta que ya no aguanto más en la cama. Encima tenía un sueño muy bonito cuando has venido a despertarme.

JUAN.- Pues yo, cuando tengo un sueño bonito y me despierto luego sueño con la segunda parte.

ANTONIO.- Porque tú eres tonto.

ISA.- Antonio, te tengo dicho que no le llames tonto a tu hermano Juan.

JUAN.- Déjalo, mamá, a mí me da igual. Lo que le pasa es que le da envidia porque él no sabe continuar con los sueños bonitos.

ISA.- Os tengo que dar una buena noticia.

ANTONIO.- Menos mal, por fin vamos a oír algo que nos guste.

JUAN.- ¿De qué se trata, mamá?

ISA.- Hoy nos ayudará Críspula con su magia a poner en orden la habitación de los trastos. Por eso quería que estuvierais bien despiertos para cuando ella llegue.

JUAN.- Será estupendo. Críspula es la famosa bruja que se convirtió en hada gracias a las palabras amables de los niños. Siempre está ayudando a todo el que la necesita. ¿Me puedo leer un cuento para después contárselo.

ANTONIO.- Yo también quiero contarle un cuento a Críspula.

ISA.- Está bien, pero antes ayudarme a recoger la mesa.

(Recogen la mesa, Juan entusiasmado y Antonio un tanto desganado. Después buscan un cuento; cada uno se pone a leerlo con una postura original: por ejemplo tumbado en el suelo con las piernas hacia arriba o sentado boca abajo en el sillón.)

ANTONIO.- Yo voy a leer éste del pequeño vampiro.

JUAN.- Pues yo me voy a leer este de una pandilla de amigos.

(Sus caras demuestran que no les gusta mucho lo que están leyendo.)

JUAN.- ¿Qué ha pasado aquí? Este cuento ya no es como antes. Ahora en lugar de hacer que los niños sean buenos está contando una historia de niños muy gamberros, hasta dice que así es como mejor se lo pasan. Parece como si el libro pretendiera que nosotros también seamos así.

ANTONIO.- En mi cuento sucede lo mismo. Todo está cambiado. Los que se supone que son los buenos dicen palabrotas y hacen solamente cosas malas. Este libro es un mal ejemplo.

(Llaman a la puerta)

ISA.- Debe ser Críspula. Ya ha llegado.

JUAN.- Y ahora ¿Qué vamos a hacer?

ANTONIO.- No podemos contarle estos cuentos tan horribles.

ISA.- (Abre la puerta y saluda a Críspula, es un hada radiante, hermosa, alegre y muy dicharachera.) ¡Críspula! ¡Qué bueno que estés aquí! ¡Cuántas ganas teníamos de verte con nosotros!

CRÍSPULA.- Yo también estoy encantada. Tú eres Isa, no me imaginaba que serías tan joven y tan guapa. Estoy encantada de haber venido.

(Los niños van muy contentos a saludar a Críspula)

JUAN.- ¡Críspula! ¡Qué contento estoy de que hayas venido!

CRÍSPULA.- Yo también, además sabes que te estoy muy agradecida por tu apoyo y tus palabras amables. Tú eres Juan ¿Verdad?

ANTONIO.- ¡Eh! Que ya también dije palabras amables y pensé cosas buenas de ti.

CRÍSPULA.- Ah, claro que sí. Tú eres Antonio. También me acuerdo de ti.

JUAN.- Te íbamos a contar un cuento pero ya no podemos. Ha pasado algo extraño.

CRÍSPULA.- Pues contadme lo que sucede. Ningún problema es grande para un hada como yo.

ANTONIO.- Los cuentos han cambiado y cuentan historias malvadas.

JUAN.- Sí, son cuentos que nos quieren dejar un mal ejemplo, para que digamos palabrotas y no vayamos al colegio…

ANTONIO.- Nos enseñan a triunfar haciendo trampas, a decir mentiras y a reñir con los amigos.

ISA.- Bueno, tranquilos. Seguro que Críspula sabe cómo resolver el problema.

CRÍSPULA.- Por supuesto que sí. Lo que sucede es que vuestros cuentos han sido hechizados por alguna bruja con perversas intenciones.

JUAN.- ¿Eso significa que una bruja ha entrado en esta casa?

CRÍSPULA.- Sí.

ANTONIO.- ¡Qué miedo! Menos mal que sólo ha hechizado los libros.

CRÍSPULA.- Pero el hechizo podría tener terribles consecuencias. Imaginaos si los niños se dejan guiar por el mal ejemplo de estos cuentos. Será terrible, surgirá una generación de hombres violentos, mentirosos, incultos… una generación malvada que destruirá el mundo.

ISA.- Eso es algo terrible. ¿Qué vamos a hacer? Dinos, Críspula. ¿Cómo podemos solucionarlo?

CRÍSPULA.- Con mi magia, por supuesto. Gracias a Dios os habéis dado cuenta antes de que sea demasiado tarde. Ahora haré un conjuro y conseguiré deshacer el hechizo.

JUAN.- ¡Qué emocionante! Vamos a ver cómo Críspula hace magia.

ANTONIO.- Yo tengo un poco de miedo.

CRÍSPULA.- No hay nada que temer. Vais a ver que fácil es para Críspula resolver un problema. Guardad silencio, mucha concentración. Diré las palabras mágicas. Vola volando, voltea volteando, todo volverá. Libros escuchadme, seréis como siempre buenos maestros para los niños. Seguid en silencio, quietos, ahora tengo que dar un  pase con mi varita. Así.

(Aparece un mensaje del estilo de los mensajes del ordenador dice lo siguiente: Introduzca el código descodificador; debajo dice: ¿Olvidó su código? Pulse aquí.)

¡Maldita sea! Perdón, es que me he enfadado conmigo misma. Este hechizo está codificado. Seguro que ha sido obra de Magnapia. Últimamente le ha dado por hacer hechizos codificados pero como es tan tonta deja siempre una posibilidad para recordar la contraseña. Sólo tenemos que pulsar aquí.

JUAN.- Pero podrás deshacer el hechizo, ¿verdad?

CRÍSPULA.- Tranquilo esto va a ser tan sencillo como pulsar aquí.

(Pulsa con la varita en el lugar señalado y aparece otro mensaje: Una reina grande que mora cerca del Nilo lo guarda en algo redondo para su dedo.)

CRÍSPULA.- Ya tenemos aquí la pista.

ANTONIO.- Pero ¿Qué significa eso?

ISA.- Debe ser un mensaje en clave.

CRÍSPULA.- Sí, pero con un poco de cabeza lo conseguiremos averiguar. A ver ¿En dónde está el Nilo?

JUAN.- En Egipto.

CRÍSPULA.- Entonces ya sabemos que la reina que dice vive en Egipto.

ANTONIO.- Pero si en Egipto no hay ninguna reina.

CRÍSPULA.- Porque debe ser una reina de la antigüedad. Una reina grande.

JUAN.- ¡Cleopatra!

CRÍSPULA.- Ya sabemos que la clave la tiene Cleopatra.

ISA.- Pero la tiene en algo redondo para el dedo. Eso debe ser un anillo.

CRÍSPULA.- Por lo tanto, queridos niños tengo algo importante que hacer. Viajaré por el tiempo para encontrar el anillo de Cleopatra y conseguir la clave para descodificar el hechizo.

JUAN.- Pues yo voy contigo.

CRÍSPULA.- Ni pensarlo, Juan. Esto es muy peligroso para ti. Antonio, convence a tu hermano para que no venga.

ANTONIO.- No puedo, porque yo también quiero ir contigo.

CRÍSPULA.- ¿Estáis locos? ¿Qué dices Isa?

ISA.- No quiero que vayas sola y yo sé que si van contigo no les pasará nada. Así que los dejo en tus manos. Ya me contaréis las aventuras que vais a vivir.

CRÍSPULA.- Me dejas de una pieza. Entonces venid aquí. Hacemos con la varita un círculo así, no os mováis que tenemos que quedar todos dentro del círculo. Y ahora los pases mágicos y digo: tempo temporum, barra barrorum, iremos a Egipto a ver a Cleopatra.



3. EN EL ANTIGUO EGIPTO

(Nos tenemos que situar ahora en el antiguo Egipto, en los tiempos de Cleopatra. Contem-plamos lo que sucede. Resulta que nuestra querida reina tiene una hermana que con sus tres siniestros consejeros está planeando algo, son muy malos y muy feos; y se parecen mucho a Magnapia y sus tres ayudantes. Puede que fueran sus antepasados.)

MALARTARI.-  (La hermana) Espero que seáis conscientes de lo importante que es el paso que vamos a dar. Tened en cuenta que es mucho lo que hay en juego. No se trata sólo de nuestros intereses sino de la dignidad de Egipto.

DEMONÓN.- (Un consejero) Bueno, pero a nosotros lo que más nos interesa son nuestros intereses. A mí me ha emocionado mucho saber que si esto sale bien nos vamos a forrar.

MALARTARI.- Por supuesto que tendremos grandes riquezas y alcanzaremos mucho poder. Por eso tenemos que llevar a cabo nuestro plan sin miramientos. Pero no olvidéis que lo que nos mueve es la dignidad de Egipto.

MENTIRAFIS.- Yo estoy muy ilusionado con todo este plan. Cuando seamos ricos y poderosos podré conquistar el corazón de Bisis.

DEMONÓN.- Ya ha salido Mentirafis con su vena romántica. Claro con esa pinta que tienes no conquistas tú ni el corazón de una manzana.

RATÉS.- Déjalo que tenga ilusión por algo. Cuando lleguemos a la cumbre haremos realidad nuestros sueños.

MALARTARI.- Bueno. Recordad que hay que entrar a saco en el tema. Preparados que ya viene.

CLEOPATRA.- Estoy muy contenta hermana mía. Hoy es para mí un día radiante.

RATÉS.- Creo que hoy va a ser el día de todos nosotros.

CLEOPATRA.- No os lo váis a imaginar. ¡Va a venir Julio César en persona! Mi corazón está a punto de salirse de mi pecho.

MENTIRAFIS.- Algo me dice que nuestra reina está enamorada. Eso es algo muy emocionante.

DEMONÓN.- Ya nos ha salido otra vez el romántico.

MALARTARI.- Bueno… querida hermana… tenemos algo que comentarte.

CLEOPATRA.- Vendrá con él Marco Antonio. Van a ser momentos de especial emoción.

MENTIRAFIS.- Vaya, no tiene bastante con uno. Esta acaba con la legión romana.

CLEOPATRA.- Julio es valiente, inteligente y tiene todo ese encanto que da la experiencia de la vida. Marco Antonio es joven, apasionado, dulce y sobre todo guapo, muy guapo.

MALARTARI.- Estábamos comentando hermana que tus tratados de paz con los pueblos vecinos no nos reportan ningún beneficio.

MENTIRAFIS.- Sí, majestad. Los únicos que salen ganando son los países que se llevan nuestros productos. Repartimos y repartimos y a nosotros nadie nos da nada.

MALARTARI.- Muy bien dicho, Mentirafis.

CLEOPATRA.- No sé por cuál de ellos decidirme. Cada uno llena mi vida de verdadera pasión.

DEMONÓN.- Cuando nos dedicamos a la guerra, es cuando somos poderosos. Recogemos estupendos botines, traemos esclavos para que trabajen en nuestras tierras y sobre todo nos ganamos el respeto de las naciones vecinas que nos pagan los tributos sin rechistar.

RATÉS.- Has estado genial, Demonón. Mi reina, debes reconsiderar esos tratados de paz que no nos llevan más que a nuestra propia ruina.

CLEOPATRA.- ¿Estáis locos? Estos tratados de paz están haciendo que el mundo sea una casa para todos. Y además, gracias a ellos he podido conocer a Julio y a Marco Antonio.

MENTIRAFIS.- Y dale con los tíos. Bueno, mi reina tú no tienes ningún problema porque eres poderosa. Pero aquí me tienes a mí que no consigo siquiera que la dulce Bisis se fije en mí. Si declaramos alguna guerra y conseguimos un buen botín yo también tendría riquezas que ofrecer a mi amada. Lo mismo que tú estás enamorada otros también lo estamos.

CLEOPATRA.- No te preocupes, yo invitaré a Bisis a una fiesta de palacio y tendrás oportunidad de conocerla. No es necesario matar a nadie para conquistar un amor. Ay, Julio, Antonio. ¿Cuál de los dos será el elegido? Estoy hecha un mar de dudas.

MALARTARI.- Bueno, esas dudas te ayudará Bruto a disiparlas. ¿Es tu última palabra?

CLEOPATRA.- Pero si todavía no me he decidido. Espero conocer a Bruto para que me ayude a disipar mis dudas.

MALARTARI.- Bruto lo resolverá por su cuenta. Pero yo me refiero a la guerra. ¿No habrá guerra?

CLEOPATRA.- Por supuesto que no.

MALARTARI.- Bueno, nosotros ya nos íbamos.

(Se marchan los siniestros personajes. Cleopatra se queda sola, se sienta en su trono y se queda profundamente dormida. Este es el momento en que entran Críspula y los dos niños)

JUAN.- ¡Qué bonito es todo! Y ¡Qué guapa es Cleopatra!

ANTONIO.- Pero a mí no me han gustado nada esos cuatro. No planean nada bueno.

CRÍSPULA.- Nosotros a lo nuestro. Mira, tiene el anillo en la mano y está dormida. Le haré un hechizo para que no se despierte y podremos ver la clave para descodificar el hechizo. Carra patosa, gorri gorri posa, mara marasma, marro marrón, que esta reina duerma como un lirón. Vamos ahora no se despertará.

(Se acercan a Cleopatra. Críspula intenta sacarle el anillo pero lo tiene muy encajado en el dedo. Juan está absorto.)

JUAN.- Es guapísima. Mira que ojos tan bonitos.

ANTONIO.- Pero si los tiene cerrados.

JUAN.- Pero tiene unos ojos cerrados muy bonitos. Y mira qué manos tan suaves. (Las acaricia)

CRÍSPULA.- Es que se baña en leche de burra. Dejadla ya y ayudadme a sacar esto.

(Se oyen los comentarios de los otros cuatro, esos que ya sabéis.)

ANTONIO.- Ahí vienen esos, otra vez.

CRÍSPULA.- Quietos haré un hechizo de invisibilidad y no podrán vernos. (Gira su varita) Risa risible vamos a parecer gente invisible. Ya está.

JUAN.- Pues yo os sigo viendo.

CRÍSPULA.- Sí, nosotros nos seguimos viendo pero para ellos seremos invisibles. No hagáis ningún ruido.

(Entran de nuevo los cuatro)

MALARTARI.- ¿Lo veis? Ya os dije que en cuanto se quedara sola dormiría profundamente. Ahora es nuestra oportunidad.

RATÉS.- Ya tengo aquí la poción para echársela en el vaso.

MALARTARI.- Muy bien, no notará nada y en cuanto la beba, ¡zas!.

MENTIRAFIS.- Está enamorada, yo creo que no debemos hacerle ningún daño.

DEMONÓN.- ¡Claro! Cómo tú estás enamorado ya no podemos hacer nada si ella también lo está. Mira que eres inútil.

MALARTARI.- Ahora no es el momento de discutir. Trae el vaso con el agua y tú trae aquí la poción. Con un par de gotas bastará.

RATÉS.- Se volverá loca.

MENTIRAFIS.- Pobrecita.

MALARTARI.- No le pasará nada. Solo que una vez que se lo beba hará todo lo que le digamos, nada más. Entonces declararemos la guerra a todas las naciones, empezando por Roma y por ese maldito Julio César…

DEMONÓN.- Seremos poderosos, ricos, grandes…

RATÉS.- Todos nos respetarán, tendremos esclavos a nuestro servicio

MENTIRAFIS.- Y yo tendré el amor de Bisis.

(Se ríen los cuatro dando enormes carcajadas. Malartari echa las gotas en el vaso de agua y lo pone en una mesa que hay junto a Cleopatra. Críspula y los niños contemplan todo lo que sucede, absortos.)

MALARTARI.- Ya está. Vámonos antes de que despierte. Mañana comenzará una nueva etapa en la historia de la humanidad. (Se van muy contentos, riendo a mandíbula partida.)

CRÍSPULA.- Bueno, ya se han ido. Vamos a mirar ese anillo.

JUAN.- Pero… ¡Críspula! No pensarás dejar las cosas así.

ANTONIO.- Si se bebe ese vaso de agua los otros van a declarar la guerra.

CRÍSPULA.- Recordad que estamos en un tiempo pasado. Tenemos que dejar las cosas como están.

JUAN.- No, yo no pienso dejar que a Cleopatra le suceda nada malo.

CRÍSPULA.- Hemos venido a por la clave. No podemos dedicarnos a cambiar la historia.

ANTONIO.- Pues yo estoy de acuerdo con mi hermano. No me iré a casa sin ayudarle a Cleopatra.

CRÍSPULA.- Está bien cambiaremos el agua del vaso por una que no esté envenenada. (Toca el vaso de agua con su varita mágica) Ya está. ¿Conformes?

JUAN.- No. Porque mañana lo volverán a intentar. Tenemos que derrotar a esos cuatro malvados.

CRÍSPULA.- Está bien. Vamos a idear un plan. Pues sí que nos va a costar el dichoso código.





4. HACIENDO PLANES

(Críspula y los niños tratan de idear un plan)

CRÍSPULA.- Bueno, chicos. Vamos a ver que hacemos. Tengo que deciros que nos estamos metiendo en un asunto muy peligroso. Ya veis que esos están dispuestos a todo. Incluso a… (Lo dice horrorizada) matar.

JUAN.- Pero a nosotros no nos puede pasar nada. Tú puedes usar tu magia y siempre estaremos a salvo.

CRÍSPULA.- Juan, la magia a veces no lo resuelve todo.

ANTONIO.- Si te digo la verdad, tengo un poco de miedo. Pero nunca me perdonaría haber dejado a Cleopatra en peligro.

CRÍSPULA.- Has hablado como un auténtico valiente, Antonio. Si estáis decididos lo conseguiremos. Bueno, cuando Cleopatra se despierte haré que nos reciba en audiencia. Así podremos contarle todo lo que está pasando. Tendremos que vestirnos con ropa de la época, para que no se note que somos del futuro. Recordad que esta reina es muy anticuada.

JUAN.- ¿Muy anticuada?

CRÍSPULA.- Quiero decir, que es muy antigua y por eso tenemos que respetar sus costumbres. Una vez que nos reciba tenemos que inclinarnos y no debemos de ningún modo mirarla a la cara.

JUAN.- No sé si podré aguantarme. ¡Es tan guapa!

ANTONIO.- Ahora resultará que estás enamorado. Pues que sepas que ella quiere a Julio César.

JUAN.- Yo no estoy enamorado, Cleopatra es muy mayor para mí. Pero es muy guapa. Además a Julio César lo va a matar Bruto.

CRÍSPULA.- Dejad eso ya. Que ahora sois capaces de pretender que salvemos a Julio César y entonces no nos vamos a ir de la antigüedad en la vida. Si la miráis a la cara ella se pondrá furiosa y puede ser terrible.

JUAN.- Me parece que se está despertando.

CRÍSPULA.- Silencio. No hagáis ruido. Recordad que todavía somos invisibles. Vamos mientras a transformar nuestras ropas.

(En silencio se retiran discretamente, sin dejar de mirar lo que hace. Críspula hace movimientos con su varita y van cambiando las ropas de los tres hasta convertirse en auténticos egipcios de la época. )

CLEOPATRA.- Ah, que sueño tan hermoso he tenido. Era él, Marco Antonio. Me decía que me amaba y que estaba dispuesto a todo por mí. Lástima que no haya sido más que un sueño. Pero estoy segura que pronto se hará realidad. (Coge el vaso) Aquí está mi agua. Me la beberé toda.

(Se la bebe, en seguida se levanta, coge unos papiros y empieza a leer y a escribir en ellos. Es cuando entran Malartari y sus esbirros.)

MALARTARI.- ¿Qué tal querida hermana? ¿Has tenido un dulce sueño?

CLEOPATRA.- El más bello que hasta ahora recuerdo. Era Marco Antonio, me declaraba su amor. Me siento tan feliz como si hubiera sido realidad.

MALARTARI.- ¿Verdad que ya has pensado bien lo que te dijimos sobre la guerra?

CLEOPATRA.- Pues… sí. Estoy decidida.

MENTIRAFIS.- Bien, bien. Eres la mejor reina del mundo. La más valiente.

RATÉS.- En cuanto nos des tus órdenes tendremos el ejército preparado.

DEMONÓN.- La historia te recordará por tu audacia y tu tesón. Nunca imaginé que lo del agua daría tan buen resultado.

CLEOPATRA.- No sé que es eso del agua. Pero me temo que no me habéis entendido. Estoy decidida. No habrá ninguna guerra.

MALARTARI.- Entonces tenemos que recurrir al plan B.

CLEOPATRA.- ¿Qué es el plan B?

(Malartari hace un gesto con la cabeza y los tres esbirros se lanzan sobre Cleopatra. Demonón pone en su nariz un pañuelo. Ella intenta defenderse. Se mueve bruscamente pero va siendo cada vez más débil hasta que cae desplomada.)

MALARTARI.- Vamos, no perdamos tiempo. Atadla bien y ponedle una mordaza para que no pueda pedir socorro. Dentro de muy poco Egipto será nuestro. Nosotros nos encargaremos de todo. (Mientras hablan la atan y la amordazan.)
MENTIRAFIS.- Si te soy sincero, a mí me da pena. Con el sueño tan bonito que había tenido.

RATÉS.- Tú vas a tener a partir de ahora sueños mucho mejores.

MALARTARI.- Ya sabéis. En la gran pirámide tengo reservado un precioso lugar digno de una reina estúpida como ésta.

DEMONÓN.- Menos mal que cuida mucho su figura. Así nos resulta más fácil transportarla. Qué poquito pesa.

MALARTARI.- Vamos a la pirámide. Comienza una nueva era en la historia. Ja, ja, ja….

(Se marchan los tres con Cleopatra y ríen de forma escandalosa. Enseguida vemos a Críspula y a los dos niños muy preocupados. Están vestidos con túnicas Egipcias.)

ANTONIO.- ¿Qué hacemos ahora? Eh, Juan, parece que te has escapado de un jeroglífico. Si ya eres feo vestido del siglo veinte con esta pinta estás para echarte una foto.

JUAN.- No te rías, tú también estás ridículo. Sin embargo mira Críspula. Está guapísima. ¿Qué dices Críspula? ¿Vamos a ir a la pirámide? Dicen que quien entra allí no puede salir nunca.

CRÍSPULA.- Si esos entran y salen, también nosotros podremos entrar y salir. Además tenemos mi magia. Pero tenemos que pensar un plan meticulosamente. Creo que les vamos a dar una lección que no olvidarán jamás. Venid conmigo y os lo explicaré.

(Salen también los tres y la habitación se queda vacía. Mejor nos vamos a la pirámide para ver qué sucede allí. ¿Vale?)



5. EN LA PIRÁMIDE

(Ya estamos en la pirámide. Todo resulta muy siniestro. Hay jeroglíficos en las paredes. Hay también hasta algún que otro sarcófago donde seguramente estarán las momias. Allí está la pobre Cleopatra en manos de esos que ya sabemos.)

MALARTARI.- Estás acabada, querida hermana. Aquí te quedarás haciéndole compañía a las momias. Nosotros mientras nos encargaremos de hacer el trabajo que tú no quieres. Sí, nosotros haremos la guerra, empezando por Roma. Tenemos que devolverle al pueblo egipcio su dignidad.

CLEOPATRA.- Hermana, sé que no sabes lo que estás haciendo. Si me dejas en libertad te perdonaré, no tomaré represalias. Pero si insistes en tenerme secuestrada, tarde o temprano vendrán mis guardias a salvarme y los cuatro lo pagaréis muy caro.

MALARTARI.- Habéis oído chicos. Ha dicho que lo pagaremos caro. (Se ríen los cuatro a carcajada limpia.)

RATÉS.- ¿Te crees que somos estúpidos? Lo tenemos todo atado y bien atado, como tú, preciosa reina.

MENTIRAFIS.- Es que tienes que quedarte aquí porque no nos dejas coger buenos botines para conquistar a Bisis. Pero te prometo que cuando ataquemos a Julio César yo le diré que lo amabas.

CLEOPATRA.- No podéis hacer eso. Nuestros tratados de paz están dando prosperidad a Egipto y al mundo entero. La guerra es la muerte, es la destrucción. Además, el ejército romano es muy poderoso.

DEMONÓN.- ¿Dónde está esa prosperidad? Eres muy ingenua querida reina. La guerra es el poder, es la gloria. Por eso es poderosa Roma.

MALARTARI.- Aquí te quedarás. Vamos, que tenemos mucho trabajo por hacer.

(Se van los cuatro y Cleopatra se queda sola, atada.)

CLEOPATRA.- No puede ser. Yo estoy aquí sin poder moverme y el mundo está en peligro.

(De repente aparece Críspula con los dos niños, los tres con sus ropas egipcias. Cleopatra se lleva un susto tremendo. Ellos  se postran ante la reina y hablan sin mirarle a la cara.)

CRÍSPULA.- Majestad, me llamo Críspula y he venido con estos dos niños a ayudarla a resolver sus problemas.

CLEOPATRA.- Espero que nunca vuelvas a pegarme un susto como este. Casi me da un infarto. Tenemos que hacer algo enseguida, el mundo está en peligro, no debí de confiar en mi hermana Malartari.

JUAN.- Me permite su excelsa majestad que levante la cara.

CLEOPATRA.- ¿Cómo? ¿Pretendes mirarme?

JUAN.- Es que eres tan bella.

CLEOPATRA.- Eres un niño muy atrevido. Pero ahora no puedo enfadarme. Está bien podéis levantaros. Y de paso, me desatáis. Tenemos que actuar enseguida.

(La desatan)

CRÍSPULA.- Yo tengo pensado un plan. La pirámide nos va a permitir darle a esos cuatro una lección que les quitará para siempre las ganas de la guerra.

ANTONIO.- Además Críspula es un hada.

CLEOPATRA.- ¿Qué es un hada?

CRÍSPULA.- Soy un ser mágico. Con esta varita y diciendo las palabras  correspondientes puedo realizar auténticos encantamientos.

CLEOPATRA.- ¿Eres una hechicera?

CRÍSPULA.- Pero únicamente para hacer el bien.

CLEOPATRA.- Reconozco que es una suerte que os hayáis cruzado en mi camino.

CRÍSPULA.- Tenemos que conseguir que esos vuelvan otra vez a este lugar. Para eso usaré mi magia.

CLEOPATRA.- ¿Qué vas a hacer?

JUAN.- Hará que se crucen los pasadizos. Va a ser muy divertido.

ANTONIO.- Cuando lleguen aquí será lo mejor.

CRÍSPULA.- Vamos, todo el mundo a sus puestos.

CLEOPATRA.- Pero yo no tengo ningún puesto.

CRÍSPULA.- Tú vendrás conmigo. Risa risible vamos a parecer gente invisible. (Movimiento de varita)

CLEOPATRA.- Me temo que no ha funcionado. Yo os sigo viendo.

JUAN.- Es que nosotros sí nos vemos pero ellos no nos verán.

(Se retiran. Entra Ratés. Está muerto de miedo.)

RATÉS.- ¡Ay de mí! No sé qué ha pasado, pero estoy perdido. Ay, ay… me moriré en este terrible lugar.

(Uno de los sarcófagos se abre y queda al descubierto la momia. Ratés se queda sin habla. La momia avanza hacia él. Empieza a sollozar. Se tira al suelo.)

RATÉS.- No me haga nada señora momia, haré lo que me pida.

MOMIA.- No soy señora, imbécil, soy señor.

RATÉS.- Perdón señor momia. Pero así suena muy mal. ¿Qué estoy diciendo? Ay, perdón, señor. No me haga nada.

MOMIA.- Tengo que comerte. Hace mucho tiempo que no como nada. Me encanta el sabor tan agridulce que dejan en el paladar los amantes de la guerra.

RATÉS.- Yo no soy amante de la guerra y además estoy enfermo, se pondría mal, señora momia, digo, señor.

MOMIA.- No me puedo poner mal porque estoy muerto.

RATÉS.- Por favor no me coma, le prometo que ya no soy amante de la guerra.

MOMIA.- Veo que no mientes. Se te han quitado las ganas de la guerra de repente y así no estarás sabroso. Esperaré a que venga alguien más.

(Se mete en el sarcófago. Llega Demonón. Se encuentra a Ratés temblando de miedo.)

DEMONÓN.- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los demás? Pero, si aquí fue donde dejamos a Cleopatra. ¿Por qué no está? ¿Ha huido?

(Ratés le hace señas, todavía está casi llorando, para indicarle que hay una momia en el sarcófago, pero Demonón no se entera. Ratés no puede articular palabra porque todavía está aterrorizado. Alguien se acerca con pasos siniestros, espeluznantes. Entra Juan, pero actúa de forma extraña, como si fuera un zombi)

DEMONÓN.- ¿Qué haces tú aquí? ¿Quién eres? ¿Cómo has llegado hasta este lugar?

JUAN.- (Habla con voz fantasmal) Soy un engendro, un hijo de la guerra. Me llamo Destrucción. Todo lo que hay en mí es odio y muerte. Vengo en tu busca porque sé que tú me quieres, serás cómo un padre para mí.

(Ratés se aleja muerto de miedo hacia la pared donde se queda pegado y tirado al suelo, su rostro es de verdadero espanto. Demonón está confuso. Juan se acerca a él y le tiende la mano.)

DEMONÓN.- ¿Qué haces niño estúpido? Yo no puedo querer a nadie, yo no puedo se padre de nadie.

JUAN.- Por eso te necesito. Tengo que alimentarme con tu odio.

DEMONÓN.- Yo… no puedo darte nada…

(Se vuelve a abrir el sarcófago y sale la momia de nuevo. Se dirige a Demonón. Ratés da un grito terrible. Demonón se queda sin palabras, se tira al suelo y llora desesperado.)

MOMIA.- Este sí que huele a amante de la guerra. Me voy a dar un festín.

RATÉS.- Eso, eso, mejor te comes a éste y a mí me dejas en paz.

DEMONÓN.- No, piedad, no me hagas nada señora momia. Yo no soy amante de la guerra.

MOMIA.- ¡Y dale con señora! ¡Soy señor! Vaya ya está desapareciendo el  buen olor. Te dejaré. Esperaré a ver si con el próximo tengo más suerte.

(La momia vuelve al sarcófago, Juan se queda inmóvil. Llega Mentirafis.)

MENTIRAFIS.- No sé lo que ha sucedido pero de repente me he perdido. Ha sido como si se hubieran cruzado los pasadizos. Menos mal que os he encontrado. ¿Qué os pasa?

(Los dos están aterrados y no pueden articular palabra, señalan a Juan y al sarcófago murmurando sonidos sin sentido. Juan permanece inmóvil. Aparece Críspula con aire fantasmal.)

CRÍSPULA.-  Por fin te encuentro. Tenía tantas ganas de verte.

MENTIRAFIS.- Pero si yo no te conozco.

(Los otros dos están temblando, de vez en cuando se pegan un susto.)

CRÍSPULA.- Me conoces mejor de lo que crees. Tú me amas, por eso soñaba con encontrarte y sabía que vendrías aquí.

MENTIRAFIS.- Yo no te amo, yo amo a Bisis. No sé quién eres ni me interesa.

CRÍSPULA.- Me llamo Violencia y tú me amas porque todo el que ama la guerra me ama a mí. Bisis no podrá amarte porque tu corazón es mío.

MENTIRAFIS.- Yo no amo la guerra, es que estos me han metido en ese lío. Por favor, no hables de esa manera que me está dando miedo. Y vosotros dos no os quedéis ahí parados decidle algo.

MOMIA.- (Desde el sarcófago) Este no huele a guerra. A este paso me voy a quedar sin merienda.

MENTIRAFIS.- ¿Qué ha sido eso? ¿Quién ha hablado? Mamá.

(Llora muerto de miedo y se pega también a la pared. Entra Malartari.)

MALARTARI.- ¿Dónde os habéis metido? ¿Por qué habéis vuelto a este lugar? Pero sí aquí tenía que estar la estúpida de mi hermana. ¿Qué hacéis con esa cara de bobos? Menudo hatajo de inútiles.

(Críspula hace con disimulo un movimiento de varita. Entra Antonio. También actúa como un zombi y habla con voz fantasmal.)

ANTONIO.- Malartari, tú me has engendrado. Mi nombre es Crimen. He surgido gracias a tu odio y a tu hambre de guerra. Ahora vengo para quedarme siempre contigo.

MALARTARI.- ¿Qué dices niño estúpido? Yo nunca, óyeme bien, nunca he sido cariñosa con los niños. Sois insoportables.

ANTONIO.- Por eso mismo. Ahora tendrás que soportarme.

(Nuevamente sale la momia y se dirige a Malartari que la mira confusa)

MOMIA.- Aquí huele muy bien. ¿Dónde está ese dulce bocado.

ANTONIO.- Ésta es.

MALARTARI.- ¿De qué estáis hablando? ¿Qué broma es esta?

MOMIA.- Ayudadme, sujetadla para que no escape. Yo no quiero quedarme sin cenar.

(Se acercan todos, incluidos Ratés, Demonón y Mentirafis y sujetan a Malartari. La momia hace ademán de comérsela. Malartari empieza a llorar desconsolada.)

MALARTARI.- No me hagáis nada. Por favor. ¡Cleopatra! ¿Dónde estás? Ven y ayúdame.

(Entra Cleopatra)

CLEOPATRA.- Aquí estoy. ¿Por qué  tengo que ayudarte? Recuerda que hace un rato me tenías atada y pensabas dejarme morir aquí.

MALARTARI.- Seré buena. Por favor ayúdame.

CLEOPATRA.- Está bien. Podéis dejarla.

(De pronto todos se quedan quietos, la momia se retira lentamente a su sarcófago. Los cuatro que ya conocemos dan un grito y salen corriendo. Críspula, Cleopatra y los niños se divierten viendo como se van aterrorizados.)

DEMONÓN.- (Mientras huyen)Eh Ratés, me las vas a pagar. Le dijiste al monstruo que me comiera.

MALARTARI.- Y a mí me habéis sujetado para ponérselo más fácil. Cuando estemos lejos de aquí me encargaré de todos vosotros.

(Se quedan los buenos solos)

CRÍSPULA.- A estos ya se les han terminado para siempre las ganas de hacer la guerra.

CLEOPATRA.- Muchas gracias Críspula. ¿Cómo podré agradeceros lo que habéis hecho por mí? Sí queréis os daré grandes riquezas.

CRÍSPULA.- Sólo quiero que me permitas ver una clave que hay escrita en el interior de tu anillo.

CLEOPATRA.- Puedes quedártelo si quieres.

JUAN.- Eso, así tendremos un recuerdo de esta aventura.

CRÍSPULA.- No, Juan. El anillo debe quedarse aquí. Recuerda que estamos en un tiempo pasado.

CLEOPATRA.- ¿En un tiempo pasado?

CRÍSPULA.- No puedo darte muchas explicaciones. Pero es así. No nos llevaremos el anillo.

ANTONIO.- Vaya rollo. Con lo que yo podría fardar con el anillo de Cleopatra.

(Cleopatra le permite a Críspula ver el interior de su anillo. Críspula da un pase con la varita sobre el mismo.)

CRÍSPULA.- Muchas gracias excelsa reina. Ha sido un placer conocerte. Te sacaremos de aquí y nosotros nos marcharemos. Tempo temporum, barra barrorum, cada uno volverá a su casa.



6. OTRA VEZ EN CASA

ISA.- Por fin habéis vuelto. Yo confío en ti Críspula, pero no podía evitar estar preocupada. Compréndelo. Nunca he tenido a mis hijos a más de dos mil años de distancia.

CRÍSPULA.- Bueno, ya te contarán ellos todo lo que nos ha sucedido. Pero ahora vamos a terminar el trabajo. Guardad silencio que voy a decir las palabras mágicas. Vola volando, voltea volteando, todo volverá. Libros escuchadme, seréis como siempre buenos maestros para los niños. Ahora la varita así, así.

(Vuelve a aparecer el mensaje pidiendo la contraseña. Críspula lanza la varita y se marca el código, un conjunto de letras y números. Aparece un nuevo mensaje: “Contraseña aceptada, el contrahechizo ha sido realizado con éxito.”)

JUAN.- Qué bien. Voy corriendo para ver si los libros vuelven a ser buenos.

ANTONIO.- Yo, ahora si te digo la verdad no me voy a poner a leer. No hay ganas.

JUAN.- Sí vuelven a ser como antes. Gracias Críspula.

CRÍSPULA.- Gracias también a vosotros. Sin vuestra ayuda, tal vez no lo habría conseguido.

ISA.- Bueno, vamos a tomarnos algo.



(Dejamos a nuestra adorable familia porque es interesante que veamos la reacción de Magnapia y los suyos.)



PERVER.- Magnapia, estoy recibiendo ondas que me dicen que Críspula ha deshecho tu hechizo.

MALEVOL.- Tu clave secreta no ha servido para nada.

TENEBRO.- Hemos fracasado. No ha sido buena idea dejar las pistas.

MAGNAPIA.- Ja, Ja, Ja,  no os habéis enterado de nada.

MALEVOL.- ¿A qué te refieres?

MAGNAPIA.- La pistas… los libros… todo ha sido para tenerlos ocupados con esto. Así he podido realizar el verdadero hechizo. Ya veréis. He hechizado la televisión y los dibujos animados. Dejarán de dar buenos ejemplos y de trasmitir mensajes educativos. Estarán llenos de violencia, serán maleducados y groseros, dirán palabrotas, enseñarán el culo… ya veréis. A los niños les encantarán. No se librarán de nuestra influencia.

(Mientras se ríen con terribles carcajadas, nos despedimos de esta aventura.)