martes, 6 de noviembre de 2018

EL EXTRAÑO VECINO


El extraño vecino


CELEDONIO: (Presentador): Buenas noches queridos oyentes. Hoy quiero presentaros una historia que tal vez os parezca vulgar, pero me ha parecido interesante que en una serie de relatos de terror estuviera presente este héroe clásico. A mi modo de ver es el personaje principal de toda la literatura de terror. Por eso, escuchad tranquilamente que este cuento no deja de ser espeluznante.

NARRADOR: Arroyuelos era el nombre de mi pueblo, un pueblo muy pequeño y perdido en la montaña que no venía en el mapa ni tampoco en esas enciclopedias de muchos tomos que algún día nos vendieron con muchas ofertas y que dicen ser muy completas y traer todos los datos. Según el censo tenía doscientos habitantes pero en realidad nunca estábamos más de setenta vecinos. La vida solía ser muy monótona para la gente mayor pero los niños sabíamos encontrar siempre la forma de divertirnos.

RUBÉN: Vamos a la Casa Grande a jugar al escondite.
FINA: Yo no voy, que nos puede pillar el dueño.
PEDRO: ¡Anda ya! Si el dueño no vive aquí. Dice mi padre que ese hombre se marchó del pueblo hace más de cuarenta años y no ha vuelto a venir.
ANA: Venga, Fina, ven con nosotros que si no vienes, yo voy a ser la única niña.
FINA: Está bien. Pero me tenéis que ayudar a saltar la tapia, que si me mancho el vestido mi madre me regañará.
RUBEN: Venid por aquí.
(Se oyen los pasos y correrías de los niños.)

NARRADOR: La Casa Grande era un verdadero palacio. Tenía amplios jardines con estatuas, magnolios, fuentes, y una enorme piscina vacía en el centro. Pero todo estaba descuidado y sucio, lleno de hojas y telarañas. Los niños saltábamos la tapia y jugábamos allí durante horas. Éramos pocos niños y de edades distintas por eso Rubén que era el mayor era siempre nuestro jefe. Pero no éramos los niños los únicos en saltar la tapia para entrar en los jardines de la Casa Grande.

MARIANO: Mira, Victoria, esta estatua representa a Venus, la diosa del amor. Si te beso a la sombra de ella nuestro amor llegará a ser eterno.
(Se escuchan los pasos sobre las hojas secas.)
VICTORIA: Tengo miedo, Mariano. Si descubren las vecinas que estamos aquí pueden pensar otra cosa.
MARIANO: Déjalas que piensen lo que quieran. Así podrán hacer el esfuerzo de pensar. Siéntate aquí, en mis rodillas, bajo la estatua de Venus.
VICTORIA: Mariano, por Dios, que me... (se están besando.)...tengo...
(Se oyen los niños a lo lejos.)
RUBÉN: Mira, Pedro, ahí está tu hermana con el Mariano.
VICTORIA: Mariano, por Dios, déjame, que vienen los niños y uno de ellos es mi hermano.
MARIANO: Ahora Venus velará por nuestro amor y nadie nos lo podrá arrebatar jamás.
(Ruido de pasos sobre las hojas.)
PEDRO: ¿Por qué habéis venido a la Casa Grande?
MARIANO: Porque he sentido un impulso en mi interior que me empujaba hacia aquí.
VICTORIA: Deja a los niños, Mariano, y vámonos a casa.
MARIANO: ¿Sabéis dónde está el dueño de esta casa?
FINA: Sí, está en Madrid porque es un hombre muy importante.
MARIANO: Nada de eso. El dueño de esta casa no está en Madrid. Ése es su hijo. El dueño está aquí.
ANA: Pues... si vive aquí, entonces ¿por qué no sale nunca?
MARIANO: No he dicho que vive aquí sino que está aquí, pero... muerto. Por eso allí en el fondo hay una gran cruz de piedra.
FINA: Vámonos a casa. Tengo miedo.
VICTORIA: Deja de decir tonterías y vámonos.
PEDRO: Sí, vámonos, no quiero seguir aquí.
RUBÉN: Sois todos unos gallinas. Si está muerto, no podrá hacernos nada. Vamos a ver la cruz y así sabremos si es de verdad una tumba.
ANA: No, yo no quiero ir; yo me quiero ir a casa.
MARIANO: Será mejor que nos vayamos todos, que está empezando a oscurecer.

NARRADOR: Mariano y mi hermana Victoria eran los únicos jóvenes que quedaban en el pueblo, los demás se habían marchado a estudiar o a trabajar y venían muy pocas veces en todo el año. Mariano no se había marchado porque primero quería casarse y mi hermana Victoria se había quedado por cuidar de nuestra madre que era viuda. Así pasé muchos años de mi vida en Arroyuelos. Ahora vienen todos los recuerdos a mi mente y me parece que éramos felices a pesar de tener tan pocas cosas. Recuerdo cómo los hombres pasaban largas horas en la taberna jugando al Paulo y cómo las mujeres hablaban de muchas cosas, en la puerta, con la escoba en la mano.

MARUJA: Me parece que van a comprar la casa grande.
PACA: También yo he oído algo así. Ese hombre tan raro que vino ayer ha estado mirando la casa y haciendo muchas preguntas.
MARUJA: Mi marido habló con él. Le preguntó que si hacía mucho tiempo que estaba cerrada y le dijo que sí. El hombre se quedaba pensativo y seguía observando la casa.
PACA: Pues falta hace que la compre alguien, a ver si los niños dejan de meterse ahí; que me tienen siempre nerviosa.
MARUJA: Los niños... y los menos niños.
PACA: ¿Qué quieres decir?
MARUJA: Que el otro día vieron salir de allí a la Victoria y al Mariano.
PACA: ¡Qué poca vergüenza!. Ese chico acabará por perder a esa muchacha tan buena. Yo lo sentiría mucho por su madre.
            (Entre la conversación se oye la escoba de vez en cuando.)

NARRADOR: Nunca hubiéramos podido imaginar que las cosas cambiarían tanto de pronto. La Casa Grande que había sido siempre de todos y que además era el lugar perfecto para nuestros juegos se convirtió en propiedad privada y nadie se atrevió nunca más a saltar la tapia. Pero ¿quién era el misterioso dueño de la casa?. Decían algunos que había venido de noche con su administrador. Pero nadie le había visto nunca.

PEDRO: ¿Sabéis una cosa?
RUBÉN: No sabemos nada. ¿Qué has descubierto?
PEDRO: El dueño de la casa grande vive aquí.
FINA: Eso ya lo sabíamos.
ANA: Pues yo pensaba que aquí sólo vivía el criado ese.
PEDRO: Además debe ser un hombre muy poderoso.
ANA: Y si vive aquí ¿por qué no sale nunca?
RUBÉN: Tal vez esté enfermo y el médico le haya aconsejado que repose en un lugar tranquilo como éste.
ANA: Pero ¿por qué sabes que vive aquí?. ¿Lo has visto?.
PEDRO: No lo he visto, pero su criado habla con alguien por las noches.
FINA: Es que vinieron de noche y por eso nadie los vio llegar. Pero algunos los escucharon.
RUBÉN: Yo no pienso quedarme sin saber quién es ese hombre.
ANA: ¿Qué vas a hacer? ¿No irás a.. ?
RUBÉN: Tengo luna idea... tiraré mi balón dentro de la casa y le pediré al dueño que me lo devuelva.

NARRADOR: El sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo, cantaban los pájaros y el aire era limpio. Rubén hizo colar su balón en la Casa Grande y fue inocentemente a pedírselo a su dueño. Así sabríamos quién era ese hombre.
(Se oyen los golpes en la puerta, pasos, la puerta se abre haciendo ruido.)
            Pero quien abrió era el misterioso administrador. Un hombre alto, vestido de negro, que parecía no haber sonreído en su vida.

ADMINISTRADOR: Buenos días, ¿ocurre algo?
RUBÉN: Perdone las molestias, pero se me ha caído el balón dentro de la casa y le ruego que me deje entrar a buscarlo.
ADMINISTRADOR: Espérate aquí y yo te lo traeré.
RUBÉN: Pero usted no sabe dónde ha caído. Si me deja entrar yo lo encontraré enseguida.
ADMINISTRADOR: Si no quieres esperar en la puerta vuelve dentro de un rato y yo te lo daré.
RUBÉN: Es que... me gustaría saludar a su jefe, para conocerlo. Como son nuevos en el pueblo...
ADMINISTRADOR: Mi jefe está descansando y no quiere que nadie le moleste.
RUBÉN: ¿Trabaja de noche?
ADMINISTRADOR: Se podría decir que sí.
RUBÉN: Bueno, usted disculpe. Dentro de una hora vendré a recoger el balón.

NARRADOR: Todos habíamos estado escondidos, escuchando la conversación, y sentimos mucho no haber podido conocer a nuestro extraño vecino. Rubén no parecía estar dispuesto a darse por vencido.

RUBÉN: No me voy a quedar sin conocer a ese hombre. Pedro ¿ te animas esta noche?
PEDRO: ¿A qué?
RUBÉN: ¿A qué va a ser, hombre? A entrar en la casa y descubrir a ese hombre.
PEDRO: ¿Estás loco? Yo no entraré ahí ni atado.
RUBÉN: Menudo gallina. Si tú no vienes conmigo iré yo solo.
PEDRO: Me da igual que me digas gallina. No entraré. Y tú tampoco deberías entrar.
ANA: Pedro tiene razón, no debes entrar en esa casa. Ya tendremos tiempo de conocer a ese hombre.

NARRADOR: No fue mucho tiempo necesario para que la paz y la tranquilidad de Arroyuelos se trocaran en horror y desesperación. Ahora que me esfuerzo en recordar todo aquello casi tiemblo de miedo otra vez, si es que en mi estado puedo tener algo de miedo.
            Rubén, completamente decidido, se fue solo aquella noche y saltó la tapia de la Casa Grande. Nadie iba con él, pero yo sé bien todo lo que ocurrió. Era una noche clara. Las estatuas del jardín, iluminadas por la luna, parecían personas de carne y hueso. Rubén iba caminando despacio, escondido entre las matas. Las hojas secas estaban amontonadas en diversos lugares para ser quemadas y el jardín estaba empezando a parecer limpio. Las ventanas de la casa estaban un poco iluminadas; en una de ellas se veía la sombra de un hombre, sin duda el administrador, pero el dueño no se veía por ningún sitio. Rubén siguió avanzando detrás de los matorrales hasta que estaba muy cerca de la casa. Entonces la puerta que daba al jardín se abrió. Se oyó hablar al administrador que, sin duda, iba con alguien.

ADMINISTRADOR: Puede salir al jardín, señor, hace una noche espléndida... ya sé dónde está ella y muy pronto la tendrá en sus brazos. Debe confiar en mí.

NARRADOR: Rubén se quedó sin habla cuando vio aparecer a aquel hombre. Entonces comprendió el motivo por el que no salía a la calle. Parecía un muerto viviente. Era alto y estaba vestido de negro, su pelo era también de color negro, muy oscuro; por eso, en medio de la oscuridad se destacaba su pálido rostro iluminado por la luz de la luna. Al verlo sintió que se quedaba sin habla y que su corazón empezaba a latir con más fuerza. Quiso desaparecer de allí, pero al intentar darse la vuelta resbaló y cayó sobre las ramas haciendo ruido. ( Ruido de hojas secas y ramas)

ADMINSITRADOR: Espero que haya sido un gato, pero voy a acercarme a ver qué es ese ruido. Esta tarde se presentó un niño con un interés demasiado curioso.
RUBÉN: Dios mío, no dejes que me encuentre.
ADMINISTRADOR: Debe estar por aquí. ¡Ajá! Así que eras tú de nuevo. Ven aquí. Tenías mucho interés en conocer a mi jefe. Pues ven conmigo... te lo presentaré.
RUBÉN: Yo no quería molestar... yo...
ADMINSTRADOR: Pero sino va ser ninguna molestia, amiguito. Mi amo estará encantado de verte.

NARRADOR: Aquella noche todo el mundo buscaba a Rubén. Nadie sabía qué le había pasado, salvo los niños. Pero todos nos callábamos. Teníamos miedo, no sabíamos exactamente de qué. Pero teníamos mucho miedo. Nuestros padres nos mandaron a la cama mientras ellos iban a buscarlo con perros y con armas por todos los rincones del campo. Algo tremendo iba a ocurrir aquella noche. Se me atraganta la saliva al recordarlo.

RUBÉN: (Con voz fantasmal, en voz baja.) Pedro...
PEDRO: ¿Quién me llama?
RUBÉN: Pedro... asómate a la ventana, estoy aquí abajo.
PEDRO:(Se oye abrirse la ventana)¿Qué haces ahí? ¿Dónde te has metido? Todo el mundo te está buscando.  
RUBÉN: (Siguiendo con esa voz fantasmal.) Ábreme y déjame entrar. Yo te contaré lo que me ha pasado.
            (Se oyen pasos, bajar escaleras, abrir la puerta, pasos entrando y la puerta que se cierra.)
PEDRO: ¿Qué te ocurre? ¿Qué te pasa en los ojos?
RUBÉN: Tu hermana es la elegida.
PEDRO: ¿De qué estás hablando?
RUBÉN: Él quiere casarse con ella. Ha estado mucho tiempo esperando, muchos años buscando y por fin la ha encontrado.
PEDRO: Debes estar enfermo. Estás pálido, tus ojos están rojos como la sangre...
RUBÉN: Tú debes ayudarme, eres mi amigo. Necesito acercarme a tu cuello.

NARRADOR: Cuando Rubén abrió la boca y aparecieron sus largos colmillos, creía estar en una pesadilla de la que tendría que despertar. Corrí a mi cuarto y escuché sus pasos detrás de mí, persiguiéndome.

RUBÉN: No te haré daño. Es muy dulce, y después seremos iguales.
PEDRO: Déjame. Eres un... eres un... ¡vampiro!
RUBÉN: Sí, soy un vampiro, soy inmortal. Ya he conocido al nuevo vecino y sé también a qué ha venido. Es un conde, el conde Vladimir. Ha venido desde muy lejos para casarse con tu hermana. Pasado mañana, a las doce de la noche, la luna estará justo en lo más alto del cielo, entonces será el momento. Vladimir morderá la yugular de tu hermana y ella será suya para siempre.
PEDRO. Vete de aquí, en el nombre de Dios.
RUBÉN: No pronuncies ese nombre.

NARRADOR: Yo sabía muy bien lo que hacía, había leído algo sobre vampiros. Por eso había ido a mi cuarto; sobre la cama tenía un gran crucifijo, lo cogí, lo sujeté con las dos manos y se lo puse delante a Rubén.

PEDRO: Recuerda que tengo a Dios siempre conmigo y él me defenderá de tus diabólicos planes.
RUBÉN: Ahhhhh... aparta eso de mí, ahhhh... eres un mal amigo... yo sólo quiero lo mejor para ti, serás inmortal, ahhh...  uhhhhh...   (se oyen pasos corriendo)

NARRADOR: Rubén salió de allí corriendo. La gente lo seguía buscando pero yo no me atrevía a contarle a nadie lo que había visto. Sin embargo faltaban sólo dos días para que Vladimir mordiese a mi hermana. Tenía que hacer todo lo posible para convencer al Mariano de que aquello era cierto. Pero ¿qué podía hacer?. Sin duda se reiría de mí, pensaría que estaba loco. Recuerdo que aquella era una noche cálida. El canto de los grillos se me metía en el sentido. Cogí un crucifijo y salí a la calle a buscar al Mariano. Cualquiera sabía dónde estaría. Seguramente iría lejos con el resto de los vecinos, tratando de encontrar a Rubén.

VICTORIA: Mariano, creo que no está bien que hagamos esto. Tendríamos que ir a buscar a ese niño con todos los demás vecinos.
MARIANO: Ya lo encontrarán ellos, y nosotros podremos disfrutar de la noche. Los vecinos no están, los niños duermen... ésta es nuestra noche.
VICTORIA: Suéltame. No te voy a besar. Si tú no vienes, iré yo sola. Pero no me quedaré dándote besos mientras ese niño ande perdido.
MARIANO: Pero... si lo van a encontrar... son muchos los que lo buscan... espera. (Se oye Victoria alejándose.)
VICTORIA: Sé lo que te pasa. Tienes miedo. No eres más que un cobarde.
MARIANO: (Corriendo) Espera, está bien, iré contigo. Pero verás como tengo razón. Espérame. ¡Maldita sea!
PEDRO: ¡Mariano! ¡Espera!... por fin te he encontrado. Tengo que decirte algo.
MARIANO: No puedo. ¿ No ves que tu hermana me ha dejado?
PEDRO: Sé dónde está Rubén, debes creerme. No hace falta que vayas a buscarlo.
MARIANO: Pues vayamos a avisar al resto de los vecinos.
PEDRO: No, no podemos hacerlo. Ellos no nos creerán pero tú sí que tienes que creerme. Rubén se ha convertido en un vampiro. Ha intentado morderme.
MARIANO: Mira, chaval, está todo el mundo muy preocupado, tu hermana me ha dejado solo. ¿Te parece bonito venir aquí con una broma de tan mal gusto?
PEDRO: (Llorando) Sabía que no me creerías. Nadie se lo creerá. Pero es cierto. Y ocurrirá algo más grave todavía si tú no me ayudas. Pasado mañana, Vladimir se llevará a mi hermana para siempre.
MARIANO: ¿Vladimir? ¿El conde Vladimir? ¿Dónde has oído ese nombre?
PEDRO: Me lo dijo Rubén. El conde Vladimir es nuestro nuevo vecino. Vive en la Casa Grande. Es un vampiro.
MARIANO: Es asombroso. He oído hablar de ese ser. Fue un hombre cruel, todo él era maldad, gozaba haciendo sufrir a la gente. Parecía estar vendido al diablo. Me dijeron que muchos años después de que hubiese muerto en extrañas circunstancias abrieron su tumba y no encontraron nada. Estaba vacía. Vladimir no estaba allí.
PEDRO: No puede estar muerto. Vive en la Casa Grande.
MARIANO: No está vivo, Pedro, tú lo has dicho, es un vampiro. Los vampiros son muertos vivientes. Pero tienes razón, nadie nos creerá. La gente sabe que yo siempre estoy inventando historias de fantasmas.
PEDRO: ¿ Y qué podemos hacer?
MARIANO: Sólo hay un modo eficaz de acabar con Vladimir para siempre: clavándole una estaca en el pecho.
PEDRO: Yo he oído que a los vampiros se los mata con balas de plata o sacándolos al sol.
MARIANO: Pero eso es más difícil. Sin embargo, tú y yo podremos entrar de día en la Casa Grande, buscar el lugar dónde yace Vladimir y clavarle en el pecho una estaca. Nadie lo descubrirá porque nunca lo han visto. Y nosotros habremos salvado a tu hermana y a todo el pueblo.

NARRADOR: Las nubes cubrieron pronto el cielo, y el tiempo alegre y soleado dio paso a los días grises que vinieron después. Parecía que la misma naturaleza estaba triste como todo el pueblo. Rubén seguía sin aparecer. Los hombres habían dejado sus trabajos y las mujeres sus faenas. Todos iban recorriendo la montaña por ver si alguien lo podía encontrar. Sólo Mariano y yo sabíamos la verdad pero no podíamos decir nada. Aquel día nublado y gris teníamos algo importante que hacer. Mariano me esperaba junto a la tapia de la Casa Grande. Llevaba una estaca afilada. Yo estaba temblando de miedo. Pero no teníamos otra elección.

MARIANO: ¿Has traído lo que te dije?
PEDRO: Sí. Aquí está el crucifijo para que te lo cuelgues, y ya tengo éste puesto. También he traído los ajos, ¿para qué son?.
MARIANO: Tendremos que tener el crucifijo puesto y los ajos en el cuello, así ningún vampiro podrá mordernos. Vamos a saltar, y te ayudaré.
PEDRO: ¿Y si nos descubre el criado?
MARIANO: Yo sabré qué hacer. Vamos.
            (Se oye cómo saltan la tapia. Algunos truenos. Está a punto de empezar a llover.)
PEDRO: Vamos Mariano, no me dejes solo, tengo miedo.

NARRADOR: Yo había tenido miedo muchas veces de muchas cosas. Pero puedo asegurar que nunca había sabido lo que era el verdadero terror hasta aquel momento. ¿Qué pasaría si nos descubrían? ¿Qué pasaría si se nos echase encima la noche sin haber descubierto dónde estaba Vladimir?. Todo estaba por ocurrir. Tal vez si hubiera sabido lo que nos iba a ocurrir nunca habría intentado salvar a mi hermana.

MARIANO: ¿Pero qué haces ahí? ¿No ves que con tanto ruido vas a hacer que nos descubran?
PEDRO: Es que me he enganchado con estos matorrales. Ayúdame, por favor.

MARIANO: Tranquilízate, yo te ayudo

                        ( Comienza a llover, se oyen truenos y la lluvia cayendo sobre los árboles. Se oye también el ruido de las canales de los tejados.)
PEDRO: Lo que nos faltaba... ya está... sería mejor que nos fuéramos.
MARIANO: ¿            Estás loco?. No podemos perder ni un minuto.
            ( El administrador se oye bruscamente.)

ADMINISTRADOR: ¿Qué estáis haciendo aquí?

MARIANO: Queremos ver a Vladimir inmediatamente.

NARRADOR: Mariano se hizo el valiente, pero aquel hombre no parecía conmoverse. Yo me quedé sin habla.

ADMINISTRADOR: ¿Conque queréis ver a Vladimir? Tal vez él también se alegre de veros. Venid conmigo.
MARIANO: No nos vas a engañar. Tengo una pistola, si intentas hacernos algo te mataré.
ADMINISTRADOR: Veo que eres un chico muy valiente y muy osado. Te a costar muy caro tu atrevimiento.

NARRADOR: Mariano aprovechó la estaca que había preparado para clavársela a Vladimir, para asestarle un golpe con ella al administrador. Pero no sólo pareció no hacerle daño sino que éste se la arrebató a Mariano y le devolvió un golpe más fuerte. Yo era un verdadero cobarde. Tal vez debí haber luchado, pero en aquel momento no se me ocurrió nada más que salir corriendo y volver a saltar la tapia para escapar de allí. (Se oye correr y llorar a Pedro.) Cada vez llovía con más fuerza. Ahora sí que estaba todo perdido. Tenía que intentar salvar a mi hermana y a Mariano yo solo. Los demás seguían buscando afanosamente a Rubén. Tenía que hacer algo, decírselo a alguien. Pero ¿quién me creería? Sólo quedaban las niñas, pero ellas no podían ayudarme. Cuando vi a mi hermana venir a lo lejos, creí que tenía la solución. 

PEDRO: Por fin vienes, Victoria. ¡Ha ocurrido algo espantoso!.
VICTORIA: Ya lo sé. Han encontrado a Rubén. Estaba  muerto bajo el túnel de la acequia. Mañana será el entierro. Pobre niño.
PEDRO: No te lo vas a creer, pero Rubén no está muerto. Es un vampiro. Si no se le atraviesa el corazón con una estaca, acabará con todos.
VICTORIA. Tantas emociones te han alterado los nervios. Vamos, Pedro, vámonos a casa.
PEDRO: No podemos irnos a casa. Mariano está en peligro. Tienes que creerme. Lo ha cogido Vladimir.
VICTORIA: ¿Quién es Vladimir?
PEDRO: El nuevo vecino... Lo deben haber encerrado en la Casa Grande. Tenemos que ayudarle.
VICTORIA: Debes descansar, hermanito. Lo que ha ocurrido es muy triste, pero tú estás viendo visiones. Vamos a casa antes de que mamá se preocupe. ¿Por qué hueles tan mal? ¿Qué es eso?
PEDRO: Hay que llevar ajos en el cuello para que los vampiros no se atrevan a mordernos.
VICTORIA: Estás completamente loco.

NARRADOR: Mi hermana se creyó de verdad que yo estaba loco y me encerró en mi habitación. Comprendí que me había quedado completamente solo para luchar contra Vladimir. Miré por mi ventana y pensé cómo podría escapar. No sería difícil, muchas veces había imaginado cómo hacerlo. Los ladrillos que sobresalían me podrían hacer las veces de escalones. ( Se oye a Pedro haciendo un gran esfuerzo, medio llorando. Después se oye un salto y pasos corriendo). Comprendí que todos estaban en peligro. Primero tenía que destruir a Rubén, de lo contrario, cuando llegase la noche volvería a convertirse en vampiro. Vi a mucha gente entrar y salir. Estaban allí de velatorio. Entré en medio de la gente y me asomé al ataúd. Parecía tan bueno. Todos lloraban. Miré su cuello y vi las marcas de los colmillos como dos punzadas. Había mucha gente y yo tenía que hacer algo. De repente hubo un apagón, sin duda por causa de la tormenta; porque en mi pueblo se va la luz siempre que hay tormenta. Aquella era mi gran oportunidad y yo aproveché la ocasión. Saqué la estaca afilada y tanteé el pecho de Rubén para clavársela. Pero en ese momento una mano sujetó la mía.

RUBÉN:(Con voz fantasmal y baja.) ¿Qué vas a hacer? Eres un mal amigo.
PEDRO: (También en voz baja) Tú no eres mi amigo. Eres un monstruo. Toma esto.
RUBÉN: Ahhhh... maldito seas.

NARRADOR: Salí corriendo y salté la tapia de la Casa Grande. Cuando vino la luz la gente se espantó al ver el cadáver atravesado por la estaca y la sangre que había salpicado.

GENTE:(Gritos, comentarios.) Es un sacrilegio. ¿ Quién habrá podido hacer algo así? Es una locura.

NARRADOR: Nunca comprenderían del peligro que los había librado. Dentro de la Casa Grande, yo iba con resolución. No me había dado cuenta que la noche se había echado encima y que corría verdadero peligro. Sabía muy bien cómo entrar dentro. Conocía cada palmo de la casa. Imaginé que Mariano estaría encerrado en el sótano y entré allí por un agujero que conocíamos Rubén y yo de haber ido muchas veces allí a jugar al escondite. Pero en el sótano no estaba Mariano. Allí había ¡un ataúd!. Cogí la estaca y me dirigí hacia allí. Corrí la tapa, pero estaba vacío. Un ruido me hizo sentirme nervioso, miré a mi alrededor y vi varias ratas correteando por allí. Estaba muerto de miedo. Alguien venía detrás de mí sin que yo me diera cuenta. Sólo recuerdo que sentí un golpe y cuando abrí los ojos estaba con Mariano.

MARIANO: Ya era hora de que abrieras los ojos.
PEDRO: ¿Qué ha pasado?
MARIANO: Sin duda el criado te encontró en el sótano. Después de todo hemos tenido suerte.
PEDRO: ¿Por qué? ¿Dónde está la suerte?
MARIANO: Vladimir desea que sigamos vivos para que tu hermana venga a buscarnos. Así se la llevará. Sólo quedan unas horas. No podemos hacer nada.
PEDRO: Sí que podemos. Tú conoces está casa tan bien como yo. Sabemos muy bien por dónde salir de aquí.
MARIANO: Lo he intentado pero siempre me descubría ese hombre. Parecía estar en todas partes.

NARRADOR: Efectivamente, intentamos salir por varios pasadizos pero nunca pudimos escapar. Aquel hombre estaba vigilando por todas partes. Cuando ya estábamos resignados y creíamos que todo estaba perdido escuchamos al administrador que hablaba con alguien.

MARIANO: Calla... viene alguien.
PEDRO: Es ese hombre. Está hablando con alguien.
MARIANO: ¡Es tu hermana! Ahora sí que está todo perdido. Ese ser infernal se apoderará de ella para siempre.

NARRADOR: Aquella puerta se abrió y se cerró casi enseguida. Pude ver a mi hermana llena de miedo durante unos segundos. Aquel hombre le había contado algo terrible. ( Se oye la puerta cerrarse y abrirse.) Con gran esfuerzo pudimos oír lo que hablaban.

ADMINISTRADOR: Mi amo es un ser sin piedad. Lo mismo que acabó con aquel muchacho y nadie sospecha lo que ha ocurrido acabará con tu hermano y con tu novio si no haces lo que te pide.
VICTORIA: ¿Qué quiere que haga?
ADMINISTRADOR: (Se oyen alejándose) Es muy sencillo. Sólo debes verle. Él se encargará de todo.
MARIANO: ¡Se la llevan! ¡Pedro! ¡Se llevan a tu hermana! ¡Dios mío, lo hemos perdido todo!
PEDRO: Ahora también ella se convertirá en vampiresa. Y ¿quién sabe? Tal vez acabemos todos convertidos en seres diabólicos. Tenemos que arriesgarlo todo. Ya no tenemos nada que perder porque todo está perdido.

NARRADOR: Volvimos a quitar aquella piedra que había en la pared y dejaba paso a una especie de túnel. Aquel hombre estaba allí, vigilando. Pero ya no teníamos miedo, o mejor dicho, nos habíamos olvidado del miedo, porque todo estaba perdido.

ADMINISTRADOR: ¿Quién anda ahí? ¡Ah! ¿Sois vosotros? ¿Intentabais escapar? (Risa diabólica) Ahora ya puedo mataros. Ya no nos hacéis falta.

NARRADOR: ¿De dónde se saca la fuerza en los momentos límites? No sé explicarlo. Sólo puedo decir que aquel hombre se abalanzó sobre nosotros con un cuchillo de cocina y parecía que ya no podíamos hacer nada. Pero Mariano logró sujetarle la mano y en el forcejeo consiguió clavarle el cuchillo a él. Los dos corrimos y dejamos al administrador en  el suelo, apurando sus últimos segundos de vida.

MARIANO: Ahora tenemos que encontrar a tu hermana.
PEDRO: Tenemos muy poco tiempo. Vayamos al jardín, tengo una corazonada.
MARIANO: Pero ¿y si no están en el jardín? Estará todo perdido.
PEDRO: Si no están allí ya no tendremos tiempo.

NARRADOR: Yo tenía un presentimiento. Aquel ser de las tinieblas quería adueñarse de mi hermana y conseguir su amor. Sin duda estarían bajo la estatua de Venus, como Mariano hacía. Escondidos entre los matojos del jardín presenciamos aquella espantosa escena. Victoria estaba fuera de sí. Obedecía al vampiro como una marioneta, su mirada estaba vacía y le hacía toda clase de caricias.

MARIANO: ¡Maldito bastardo!  La tiene hipnotizada.
PEDRO: Ahora estamos desprotegidos, aquel hombre nos quitó los ajos y los crucifijos.
MARIANO: Es igual, tenemos que arriesgarnos.

NARRADOR: Salimos de entre las matas, y recuerdo el pavor que sentí cuando vi que aquella criatura del infierno nos había descubierto. Cuando sentí clavarse en nosotros aquellos ojos ensangrentados me parecía que una cuerda apretaba mi garganta y no me dejaba respirar.

MARIANO: Victoria, no hagas caso a ese hombre. Victoria... ¡te quiero!
PEDRO: Cortemos dos ramas del árbol y formemos con ellas una cruz.

NARRADOR: Al ver aquella cruz, formada por dos palos, Vladimir se sintió amenazado. Cogió a Victoria de la mano y huyó. Nosotros sentimos que éramos dueños de la situación y corrimos tras él.

MARIANO: Tal vez no esté todo perdido.
PEDRO: ¿Crees que podremos destruirlo?
MARIANO: Con un golpe de suerte él solo se destruirá.
PEDRO: ¿Por qué estás tan seguro?
MARIANO: ¿No te das cuenta? Vamos hacia la cruz de piedra grande que hay en el fondo del jardín.

NARRADOR: La luna brillaba en el cielo y daba una luz blanca. Cuando el vampiro llegó al fondo se topó con la cruz cuya sombra se proyectó sobre su cuerpo y cayó al suelo retorciéndose ante la divina imagen de Cristo. Yo sentí verdadero horror ante aquel ser infernal dando alaridos. Pero Mariano se acercó y le clavó sobre el pecho uno de los palos con los que habíamos formado la cruz. Mi hermana Victoria seguía fuera de sí, pero la cogimos y salimos corriendo con ella de aquel lugar. Después no recordaría nada. Sólo Mariano y yo sabíamos lo que había sucedido esa noche. Los cuerpos de aquellos seres nunca aparecieron y nadie supo nunca qué había sido de ellos. Recuerdo también que aquella noche no podía dormir y me quedé mirando por la ventana. Entonces vi a Fina, la niña repipi que casi nunca quería jugar. ¿Qué haría en la calle? Bajé a preguntar si le ocurría algo.

PEDRO: Fina ¿qué haces a estas horas aquí?
FINA:(Hablando con voz siniestra) Rubén me visitó antes de que lo encontraran.
PEDRO: ¡Noooo!

NARRADOR: Se acercó a mi cuello y me clavó sus colmillos sin darme tiempo a reaccionar. Desde entonces, yo también soy una criatura infernal que tengo que ocultarme durante el día y salir por la noche para clavar mis colmillos sobre alguna garganta.

CELEDONIO: Espero que nunca habréis ido a Arroyuelos, porque si es así, tal vez alguno de vosotros ya se haya convertido en un vampiro. Por si acaso tened cuidado y no os olvidéis de los ajos y del crucifijo. Y sobre todo no os perdáis nuestro próximo programa.


FIN


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